¡"Si amas al buen Jesús!"
de corazón con ternura,
vivirás siempre en la "luz"
y no verás sombra oscura.
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lunes, 1 de julio de 2019

Afirmar la fe






                      En nuestros días, es decir el tiempo previo a la prometida segunda venida de Cristo, el descreimiento va en aumento y la superstición en muchos casos suplanta al mensaje divino; las tentaciones son cada vez más grandes y la duda crece. Acerca de esto y no sin motivo, el Señor Jesús  preguntó: empero cuando el Hijo del Hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra?"  Por eso es tan importante afirmar la fe constantemente.

                      En el camino hacia la meta, cada día que transcurre requiere sustancia y fuerza de fe.
          La fe ya fue puesta a prueba al comienzo de la historia de la humanidad. La duda sobre la palabra de Dios desencadenó el primer pecado. Cuando los primeros hombres aceptaron que la serpiente les dijera:  "¿Con que Dios os ha dicho...?",  la duda comenzó a carcomerlos hasta que violaron el mandamiento divino, comiendo del árbol de la ciencia del bien y del mal. Podemos imaginar que el diablo los habrá instigado a comer el fruto prohibido más de una vez, hasta lograr su propósito. Esta táctica la utiliza también hoy: un poco de enojo acá, un poco de desconfianza allá y ya está instalada la inseguridad y la duda. !Por eso la fe tiene que ser afirmada constantemente!

       La primera duda dio lugar a una reacción en cadena. Dios echó a Adán y Eva del edén; desde entonces  el ser humano tiene que ganar el pan con el sudor de su frente y parir sus hijos con dolor. Cuando Caín vio que Dios miraba con agrado sobre Abel y su ofrenda, pero no sobre él y su dádiva, sintió envidia y mató a su hermano. Por primera vez la muerte, como el resultado del pecado, se enseñoreó de los hombres. A a la envidia y el fratricidio, siguió otro pecado: la mentira. Al preguntar Dios por Abel, respondió Caín: "No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano?"
    ¡No subestimemos el peligro de la duda! Enfrentemoslo con una fe ferviente y firme. Cuando notemos un atisbo de duda, rechacémoslo en sus comienzos y aferrémonos a la palabra de Dios aun con más firmeza. De esta manera adquiriremos las fuerzas para vencer las tentaciones. Si, como  muchas veces dijera el Apóstol Mayor Walter Schmidt, el temor de Dios es el guardián en la puerta de nuestro corazón, entonces la duda, la superstición y el descreimiento no podrán entrar en él".                          Cuidaremos así, la riqueza maravillosa adquirida en la casa de Dios, su palabra será sagrada para nosotros, el altar estará a salvo, no será tocado por opiniones y pareceres humanos y reconoceremos en los portadores de ministerio, a los mensajeros de Dios que nos fueron dados para bendición y alegría.
      Por la palabra y la gracia recibimos siempre las fuerzas para perseverar en la fe y rechazar las tentaciones. ¡Aprovechemos los Servicios Divinos como el ofrecimiento más valioso para afirmar la fe, participar del perdón de los pecados y tener comunión con el Señor en la Santa Cena.

sábado, 11 de agosto de 2012

Llamado divino



   ¡Dios llama para creer en Él, llama a la comunión con Él y llama para servirle! La historia de salvación es un llamado de amor divino único. Todos los que alguna vez fueron invitados a su altar por los mensajeros y mensajeras de Dios están convocados; ellos recibieron una invitación divina. Pero el Todopoderoso también tiene otros caminos para convocar a los hombres, ya sea por sueños, visiones o destino. Muchos han sido convocados, pero no todos siguen el llamado y dejan anclado su llamamiento o vocación. Al contrario, rechazan la elección plena de gracia. Pero quien afirma su llamamiento, aceptando y siguiendo la palabra de Dios como generadora de fe, recibirá el Espíritu Santo, y lo hará en el camino que el Señor ha ordenado.
   El Espíritu Santo no es dado por un resplandor sorpresivo durante un paseo por el bosque, no se  transmite por meditación, ni tampoco por oración o penitencia en una habitación silenciosa: el Espíritu Santo es donado por oración e imposición de manos de un Apóstol.
  Como expresa el Apóstol Pablo en la epístola a los Romanos, el amor a Dios ha sido derramado en nuestros corazones al recibir el Espíritu Santo. Y este amor divino capacita para reconocer que a los que han sido llamados y responden al amor de Dios, todas las cosas les ayudan a bien.
  Con ello nos referimos al mundo de la fe, que conducirá a la maduración del alma para el día de la venida de Cristo.
Las cargas, las pruebas y también lo permitido, por ejemplo en forma de enfermedades, nos ha sido dado para bien. Para poder reconocer esto, se requiere amor a Dios y a su Obra, de lo contrario  podríamos amargarnos y perder la confianza en la conducción divina. Pero donde hay amor al Señor existe la confianza, permaneceremos fieles, quedaremos en el seguimiento y alcanzaremos la meta. Y también puede reconocerse lo que produce bienaventuranza, fortalece y consuela en la Obra de Dios; pensad en que la palabra y la gracia del Servicio Divino, el recibir los Sacramentos y la paz del Resucitado, nos sirven para bien.
   El profeta Jeremías anunció el mensaje de Dios: "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis". El futuro en el que tenemos esperanza, el final que esperamos, es la comunión eterna con Dios y su Hijo. Entonces Dios borrará toda lágrima y "ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor".

lunes, 11 de junio de 2012

Dios determina el tiempo de la siega

                     

                             En la Epístola a los Gálatas, el Apóstol Pablo escribió lo siguiente: 
                              "Porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos". 

En esta comunidad de Galacia, un territorio de Asia Menor que actualmente es Turquía, no todo marchaba como el Apóstol se había imaginado.
Los gálatas, manifiestamente estaban dejando a un costado el alegre mensaje de la resurrección de Jesús y de la liberación de la ley vinculado a ella. Querían volver a poner en vigencia la ley del antiguo pacto, que el Apóstol Pablo consideraba superada con la vida y la muerte de Jesucristo.
       Él  Apóstol Pablo se opuso a ello con palabras claras. Al final de su epístola, Pablo volvió a hablar de lo que era importante: darle espacio al evangelio de Jesucristo. La alegoría de la cosecha que utiliza Pablo para la descripción, significa que en la naturaleza, cuando se siembra algo, llega un momento en que se puede cosechar.
      Por siembra en lo espiritual entiendo hacer el bien, lo que agrada a Dios, es decir: practicar una vida de oración, asistir a los Servicios Divinos, tener comunión, ofrendar y reconocer. De este modo estaremos sembrando constantemente algo bueno.
Pero el momento de la siega siempre lo determina Dios. Si sembramos en un campo nosotros mismos no podemos determinar que mañana podremos cosechar. Es necesario esperar hasta que haya llegado el tiempo.
     Dios determina el tiempo de la siega. Pero es imprescindible que nosotros sembremos. Un campesino que sólo cultiva una cuarta parte de su campo, es decir que siembra y que luego dice que ya no quiere seguir adelante, debe contar con que la cosecha también resultará exigua en igual proporción.
    En lo espiritual no sucede algo diferente: si dejásemos de sembrar, la cosecha sería igual de escasa. ¿Qué es la cosecha? La cosecha es, por un lado, alegría que ya recibimos aquí; la cosecha también es la bendición divina que recibimos..
   Por otra parte, la siega más grande y la más importante quedará a la vista cuando retorne el Señor y podamos ser aceptados por él para siempre. Ahora es tiempo de sembrar; en algún momento segaremos.
   El momento preciso lo determina Dios. Es como en el caso de la siembra natural, en la cual tampoco podemos establecer cuándo queremos cosechar. Lo mismo sucede con el día del Señor.

 Cuándo vendrá esta gran siega, es decir, cuándo el Señor enviará a su Hijo, es algo que no sabemos.             
                                          Está en manos de Dios. 
   Pero mientras el Señor no haya venido, seguiremos teniendo la posibilidad de sembrar. O,  para expresarlo en las palabras del Apóstol Pablo: hagamos el bien mientras tengamos tiempo todavía.

  Actuemos de Manera tal que no perdamos ningún día, no sea que después debamos hacernos reproches.

                           También seamos fieles al Señor        
  No nos cansemos, inclinemonos siempre gustosos y en humildad de corazón delante del Señor y hagamos lo que a él le agrada. Así quedaremos unidos los unos con los otros hasta que el Señor termine su Obra:
                                        ¡Ojalá suceda pronto.

viernes, 9 de marzo de 2012

En el momento justo



    
       En el centro de nuestra fe está la promesa de Jesús de volver y llevar a los suyos con Él; esto da verdadero sentido a nuestro estar en la tierra. En su momento, los cristianos de la Iglesia del principio ya aguardaban esperanzados y con fe el pronto cumplimiento de esta promesa. Hoy, más de uno pierde la paciencia y pregunta:  ¿Cuando llegará el momento?
       En el fondo, sólo quien cuente con una promesa o una afirmativa puede esperar algo . Esto se aplica de especial manera a una promesa de Dios. En el transcurso del tiempo muchos ya perseveraron en el cumplimiento de una promesa divina.
Abraham esperaba que se cumpliera la promesa de tener un hijo. Lo hizo durante muchos años, aún cuando debido a su avanzada edad, el cumplimiento de aquella promesa parecía imposible. ¿Fue desilusionado? su fe y su paciencia fueron recompensadas.
   Durante el éxodo a través del desierto, Moises exhortaba una y otra vez al pueblo quejoso, que recordara la promesa de Dios. A pesar de que pasaron décadas, la Tierra Prometida finalmente fue ocupada.
Y los primeros Apóstoles en Jerusalén, esperaban en forma unánime recibir la fuerza de lo alto, y esto sucedió en Pentecostés.
  ¡El Señor cumple lo que promete!
 Más de uno quiere colocar el plan divino de redención en un marco cronológico humano. De ello resulta la reflexión: dos mil años sin ley ( periodo comprendido desde Adan y Eva-hasta Moisés) - dos mil años bajo la ley (periodo comprendido desde Moisés, hasta el nacimiento de Jesús). Dos mil años de gracia (desde Jesús hasta nuestros días). La suma da seis mil años, mas mil años de reino de paz, lo que equivaldría a los siete grandes días del mundo, porque mil años, según dice el Salmo, para Dios son como un día.
   Pues no, no es tan fácil. las dimensiones eternas de Dios no pueden ser colocadas a la fuerza ni en los cálculos cronológicos terrenales ni en los calendarios, que por otra parte han sido modificados bastante.
  Por otro lado, según las palabras de Jesús debemos cuidarnos de pensar: "Falta mucho para que venga mi Señor."  ¡El Padre enviará a su Hijo cuando el tiempo establecido por Él se cumpla y su Obra haya sido terminada!
  El Apóstol Pedro ya señaló que el Señor no pospone la promesa aunque algunos lo consideren una demora. Más bien tiene paciencia con nosotros y quiere que ninguno se pierda. Tengamos`presente que la Obra de Dios ha crecido en dimensiones impensables para nuestros ancestros. En su momento, de parte del Apóstol Mayor Streckeisen llegó una noticia: el pueblo de Dios posee un millón de sellados en esta tierra. ¡Qué alegría sentimos! En el ínterin, el número de sellados ha crecido a diez millones y la Obra de Dios fue erigida en países que llevaban un nombre casi desconocido en aquel entonces. A pesar de todo, seguimos siendo un rebaño pequeño.
  Cuántos escogidos se agregarán todavía, sólo lo sabe el Señor. Hagamos lo nuestro para que los últimos sean hallados, y no nos cansemos de rogar: Señor, da terminación, ven y recibenos en gracia, en tu reino eterno.
El Señor decidirá el momento; ¡a cada instante estemos preparados para su aparición!
  

sábado, 17 de septiembre de 2011

Bendecida fiesta de Navidad


  Mis amados hermanos y hermanas: al comenzar el año 2009 había exhortado a que cada uno se integrara a la comunión. Hoy puedo comprobar agradecido, que este llamado no se extinguió sin dejar sus efectos. Numerosos informes son testigos de ello. Muchos de vosotros
habéis tomado parte de acciones grandes y pequeñas en las comunidades.
   Una vivencia especial de comunión fue el Día Europeo de la juventud 2009. Incontables fueron los impulsos que salieron de él. Estoy convencido de que esta jornada para la juventud fue para los jóvenes una experiencia muy importante para promover la fe. Muchos jóvenes vivieron la cercanía de Dios y percibieron el poder de la comunión. Amados hermanos, vuestra participación y vuestras ofrendas hicieron posible el Día Europeo de la juventud, permitiendo que sea un éxito. En este lugar os quisiera volver agradecer una vez más de todo corazón.
   También la ofrenda de agradecimiento por la cosecha que brindamos conjuntamente al Señor, es una parte de la vida en comunión. Todo el que ha hecho su aporte, sea grande o pequeño, participa de la comunión de la ofrenda. Les agradezco sinceramente por vuestra dádivas. Que nuestro Padre Celestial bendiga y recompense abundantemente  vuestra fidelidad en la ofrenda. Todas las dádivas que traemos a la casa de Dios sirven para el desarrollo de las comunidades. No nos quedemos detenidos en lo que hemos hecho, pues todas nuestras buenas obras tienen su fundamento en lo que Dios obró en nosotros. Justamente en la época navideña debemos tomar conciencia de lo que Dios hizo en nosotros, pues "aquél Verbo fue hecho carne, y hablo entre nosotros". Éste es un regalo de Dios para cada uno de nosotros.
  Dios se hizo hombre en Jesucristo. En un hombre que vivió en una determinada época, hizo milagros predicó del reino de Dios, ¡y murió por el pecado del mundo! A Él Dios lo despertó de los muertos. esto es lo que diferencia a Jesucristo de todos los demás hombres que alguna vez vivieron.
    Cuando Dios se hizo hombre, hubo un tiempo de esperanza en el Imperio Romano. El poeta romano Virgilio, conocido por so epopeya nacional romana "La Eneida", escribió un poema en el cual anuncia a la casa del emperador Augusto el nacimiento de un niño divino. Otros, los judíos devotos, esperaban al Mesías prometido. Como ejemplo se puede mencionar a Simeón, que esperaba que Dios le mostrara al Cristo (= Mesías). Pero ya mucho antes había sido anunciado el nacimiento de ese niño. El profeta Isaias predijo: "He aquí  que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel". El evangelio de Mateo traduce el término Emanuel como: "Dios con nosotros", lo que significa; Dios mismo viene al mundo en Jesús de Nazaret. La encarnación de Dios es algo que se hace extensivo a toda nuestra vida. Aún queda pendiente la pregunta: ¿por qué Dios se hizo hombre? ¡Porque ama al mundo! Jesucristo  carga sobre sí los pecados, el hombre es liberado del pecado.
   En este sentido deseo una fiesta de Navidad muy bendecida por el Señor, paz y alegría en los días de fiesta y para el cercano giro del año. Que el Señor os alegre y guarde bajo su protección. 
Vuestro Wilhelm Leber.

sábado, 2 de julio de 2011

¡Qué riqueza!





      Uno de nuestros cánticos expresa:  "Riqueza es ser tuyo, Hijo de Dios... "Como Hijos de Dios, ¿somos siempre conscientes de cuán ricos somos espiritualmente? Por ejemplo, siempre podemos dirigirnos a nuestro Padre Celestial, ya sea agradeciendo o con nuestras peticiones. En su epístola a los Romanos, el Apóstol Pablo expresó la doble dimensión de la riqueza divina: "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!"
   ¿De donde proviene la sabiduría del alma? Es tan sencillo como irrefutable: ¡del temor de Dios! Y el temor de Dios se desarrolla a partir de que el Espíritu Santo pueda activar en nosotros, que el amor de Dios impere en nosotros, nos guié y conduzca. Es sabiduría divina que amemos a Dios, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos. Quien vive de esta manera, al mismo tiempo cumple el más elevado y grande mandamiento. El Hijo de Dios dijo que en ello reside toda ley y todas las palabras de los profetas.
   Sabiduría es aprovechar el tiempo de gracia en el cual vivimos, para llegar a la meta prometida. La ofrenda reporta bendición. Quien lo sabe y procede en consecuencia, vive en la sabiduría divina. Perseverar en el seguimiento Hasta el final, hasta el día en que entremos en la gloria eterna, esto también es sabiduría. Reconocer y aceptar las dávidas y  la gracia del apostolado de Jesucristo y del cuerpo ministerial de la Iglesia de Cristo, es sabiduría en la misma medida. En ello reside la profundidad de la riqueza divina.
    Para ello es necesario reconocer a Dios. Esto surge a partir de la fe. ¡Donde no hay fe, no puede haber verdadero reconocimiento! Y porque la fe, como lo manifestara el Apóstol Pablo, proviene de la prédica, son tan importantes los Servicios Divinos, tan valiosos. Nuestra fe no solo debe ser teoría, sino algo que utilizamos en la práctica en nuestra vida para adquirir fuerzas, alegría, bendición y las sustancias necesarias para la maduración.
    Si tomamos estos bienes divinos y permanecemos con amor en la Obra del Señor, viviremos la profundidad de la riqueza divina; en contraste todos los tesoros y bienes terrenales empalidecen. Recordemos la exhortación de Jesús: "Mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla
 ni orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan."  Esforcémonos por adquirir la verdadera riqueza, valoremos la infancia divina, entonces recibiremos la herencia en el cielo que el Apóstol Pedro describió como incorruptible, que no se puede contaminar, ni marchitar.

jueves, 30 de junio de 2011

Vida eterna

       Vida  eterna

En primer lugar compararemos los términos tiempo y eternidad. Comentaremos que la trinidad de Dios está por sobre todo lo temporal y, por ende, es el único eterno con todo lo que esta palabra implica. A continuación plantearemos el significado de la vida eterna para el hombre. Para ilustrar los comentarios, analizaremos algunas expresiones de Jesús y sus Apóstoles de la primera época. Para finalizar referiremos a nosotros la creencia en la vida eterna.

        Temporalidad- Eternidad

Nuestra vida en la tierra está caracterizada por el permanente transcurso del tiempo.
Los días y las noches se van sucediendo, las estaciones también. Medimos el tiempo en segundos horas, días y años. También sabemos de periodos que se hallan por enzima del horizonte de expectativas del individuo. La historia escrita nos da cuenta de siglos y de milenios, previos a nuestro tiempo de vida. En la Astronomía se adquiere conciencia de periodos todavía mayores cuando se discute sobre la edad de la tierra y del universo. Nuestro mundo de experiencias sólo conoce la temporalidad, que señala todo aquello que tiene un principio y un final, que todo está sujeto a los límites que impone el tiempo. Esto llama especialmente la atención en la naturaleza viva. Los pastos y las flores del campo brotan, crecen florecen y se marchitan. Isaías hace una comparación con esto: "Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor de campo. "Sécase la hierba, caese la flor: mas la palabra de Dios nuestro permanece para siempre"(Isaías 40: 6-8).
   El Antiguo y el Nuevo Testamento dan testimonio de que la temporalidad está inserta en la eternidad: es una dimensión que como hombres, no podemos abarcar con la razón. De vez en cuando se la utiliza como denominación de una localidad, así en Libro de la Sabidurías leemos acerca de la virtud:
"...hay que anhelarla y resplandecer en la corona eterna y conservar la victoria de la honesta lucha"
 (Sabiduría 4:2). A esto equivale lo que es de uso en la lengua cuando se habla de los muertos. y se dice que han pasado a la eternidad". Eterno: este término en todo su sentido sólo se refiere a Dios. Él es por toda la eternidad, está por encima del transcurso  del tiempo, es superior al principio y al fin, al cambio permanente, a lo que sube y baja. "Todo lo que hace el que vive eternamente, es perfecto" (Sirach 18:1). Por lo tanto Él, el Dios Trino, no tiene principio. Es una vida eterna desde siempre, de la cual ha nacido todo lo que es creación visible e invisible. A este hecho también se refiere la carácterización de "Yo el primero, yo también el postrero" (comparar con Isaías 48: 12-13; Apocalipsis 1:17).
    Cuando la palabra  "eterno" se aplica a lo creado o realizado surge otro contenido que se expresa en la formulación bíblica "...desde ahora y para siempre" (comparar por ejemplo con Isaías 59:21). Esto quiere decir que si bien lo referido tiene un principio, no tiene final. Este concepto de eternidad se aplica cuando hablamos de la vida eterna del hombre. Cada persona tiene su principio, que Dios, el Creador ha determinado para cada individuo. En este sentido citamos la referencia de Jeremías 1:5 en este mismo concepto: "Antes que te formases en el vientre te conocí".

                         El hombre a imagen de Dios,
                         destinado a la vida eterna

  Dios hizo al hombre, varón y mujer, a su imagen (Génesis 1:26-27); los creó "... para vida eterna" (comparar con Sabiduría 2:23). A cada persona que nace le es otorgado un cierto periodo para vivir en la tierra. La vida humana en el cuerpo es finita, es transitoria. Inclusive si un hombre llega a ser muy anciano, su vida aquí en la tierra resulta demasiado corta en relación con la eternidad: "Si vive mucho tiempo, vive cien años. Como una gotita de agua en comparación con la arena junto al mar, tan pocos son sus años en comparación con la eternidad" (Sirach 18:8; comparar también con Salmo 90:10). En los Salmos, el hecho inevitable de la transitoriedad del hombre suele ser un repetido objeto de lamentación de los profetas. Esto se debe, entre otros factores, a que la esperanza de vida en el más allá, después de la muerte, solo estaba en la conciencia con poca claridad. Para ilustrar lo dicho podemos citar Salmo 39: 5-7, que dice: "He aquí diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti: ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive. Ciertamente en tinieblas anda el hombre; ciertamente en vano se inquieta: junta y no sabe quien lo allegará". El salmista pregunta con resignación: "Y ahora, Señor ¿qué esperaré? A pesar de ello se expresa la esperanza que excede la muerte en frase siguiente: "Mi esperanza en ti está". Una esperanza de vida eterna recién llegó a la conciencia del hombre a través de Jesucristo.

               Jesucristo, la vida eterna

     Acerca de Jesucristo, el Apóstol Juan escribe: "Este es el verdadero Dios, y la vida eterna"
(1 Juan 5:20). De Pablo leemos: "...mas la dávida de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro." (Romanos 6:23). Queda claro que:
   Jesús es la vida eterna en persona.
   Él es la dávida (don de Dios para el hombre.
   A través de Él, el hombre tiene parte de la vida eterna.
  La vida eterna en Cristo significa más que solo continuar viviendo después de la muerte, como se pensaba en la antigüedad. La vida eterna significa estar en comunión perfecta con Dios. Esto es donado al hombre en Jesucristo y sólo puede ser recibido en la fe. Es parte de la vida en la gloria, posible por la muerte y resurrección de Cristo.
   Jesús dijo a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquél que vive y cree en mi, no morirá eternamente. ¿Crees esto? (Juan 11:25-26). En ello está la clave para la vida eterna: en la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios.
Veamos algunas declaraciones que Jesús hizo sobre la vida eterna. En una conversación con la mujer samaritana en la fuente de Jacob, Jesús hablaba de una agua que él daría; una vez que el hombre recibiera esta agua dentro de él se transformaría en una fuente y brotaría en la vida eterna (comparar con Juan 4:14). En la imagen del agua vemos la doctrina de Jesús, su evangelio. El evangelio trae la vida eterna a quien la entiende en la fe: "El que cree en mi, tiene vida eterna" (Juan 6:47). Esta vida eterna no comenzará recién en el futuro, sino que ya ahora ya es posesión de quienes tienen comunión con Cristo a través de la fe. Esta fe se orienta en que Jesucristo es el Hijo de Dios. "Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él tenga vida eterna..." (Juan 6:40; comparar también con Juan 3:36): reconocer a Jesús como el Salvador enviado por el Padre: este reconocimiento de Dios es vida eterna (comparar con Juan 17:3). Todo lo que forma parte de este reconocimiento y de esta fe es descrito en los evangelios y en las epístolas de los Apóstoles y se despliega en el anuncio de la palabra divina acorde a la época.
   Siempre que el Hijo de Dios hablaba sobre la vida eterna, con ello producía choques con muchos judíos. Su expresión : "El que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre", chocaba con un total rechazo. Abraham y los profetas habían muerto y ahora ahí estaba Él, ¡que se paraba por encima de los testigos en la fe del antiguo tiempo, a quienes se honraba! Inclusive aseguraba que: "Antes que Abraham fuese, yo soy" (Juan 8:51-59).
   Poco antes, ya el discurso de Jesús sobre la vida eterna había generado un clima de intranquilidad. En la sinagoga de Capernaún había hablado sobre los padres de Israel, que si bien habían sido alimentados con maná en el desierto, al final igual debieron morir.
   El Hijo de Dios se caracterizó a sí mismo como el pan que había venido del cielo, y agregó: "...si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre". Según Él, su carne era el pan que dará por la vida del mundo. Se produjo una pelea y cuando el Señor atinó a agregar: "Si no comiereis la carne la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna. {...} Este es el pan que descendió del cielo. No como vuestros padres comieron del maná, y son muertos. El que come de este pan, vivirá eternamente", estas expresiones desembocaron en que muchos de sus discípulos se apartaran de Él, justamente aquellos que no creían.
Cuando después preguntó a los doce que quedaron, si también se irían, Pedro reconoció: " Señor, ¿a quien iremos? tu tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y conocemos que tu eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente" (Juan 6:28-69).
  Al introducir la Santa Cena se develó claramente que había querido decir el Señor con las palabras que habían sido tan dificiles de comprender; quien coma la carne de Cristo en el pan que fue separado, tendrá la vida eterna. Cuando se celebra la Santa Cena para recordar a Cristo, se anuncia su muerte y se reconoce: ¡Él volverá! (comparar con Corintios 11:26)).
  Los Apóstoles de Jesús transmitieron este mensaje después de su resurrección. Todo lo que el Señor enseñó sirve para señalarles el camino a los hombres que cayeron en el pecado, camino éste que los lleva a Dios, y, por, consiguiente, a la vida eterna, A través de su sacrificio, Jesús liberó el camino hacia el Padre en el cielo.

            Seguir viviendo después de la muerte

     Inseparable a la cuestión sobre la vida eterna también se vincula la pregunta sobre que pasará con la vida del alma y del espíritu después de la muerte del cuerpo, las opiniones. Los israelitas creyentes estaban convencidos de que Dios vive eternamente. Pero en lo que atañe a que el individuo siga viviendo después de la muerte del cuerpo, las opiniones estaban divididas. El mensaje del Nuevo Testamento es inequívoco: la vida continua después de la muerte. La aparición de Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración (comparar con Lucas 9:28-31), las palabras de Jesús sobre el hombre rico y el pobre Lázaro (comparar con Lúcas 16:19-31)., la prédica de Jesús dirigida a los que habían sido desobedientes en los tiempos de Noé (comparar con 1 Pedro 3:19-20) son testimonios de ello. De estos ejemplos se desprende que se conserva la personalidad y se puede discernir, participar en la vida con los que están en la tierra, ser consciente del propio estado y arrepentirse.
  Después de perecer el cuerpo, el alma y el espíritu pasan al mundo del más allá. Dicho en forma figurada, allí ocupan una "vivienda" adecuada a su estado y convicción.
   A diferencia de la continuación de la vida en este sentido, que en esencia forma parte del alma y del espíritu, la vida eterna es esencia misma de la santidad, de la comunión futura y eterna con Dios hacia la cual se orienta nuestra fe. Esta vida eterna recién se manifestara cuando Cristo regrese, lleve a los suyos con él y estos vean la gloria de Cristo (comparar con Juan 17:24). Ahora ya, los que han muerto en Cristo están protejidos en el amor de Dios; todavía no están en comunión directa con Dios, sino que se preparan para la venida de Cristo.

             ¡Creo en la vida eterna!

    Igual que todos los cristianos, en el tercer artículo de nuestra confesión de fe damos testimonio de que creemos en la vida eterna. El hombre que debido al pecado ha caído en la muerte (en realidad de manera ineludible), podrá tener esta vida por la fe en Cristo. Así como el pecado trajo la muerte, a través de Jesucristo "así por justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida" (Romanos 5:18), así como la paga del pecado es la muerte, la dávida de Dios es "vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23). En Él apareció la vida "eterna, la cual estaba con el Padre". Así lo anunciaban los Apóstoles de la antigüedad, y también lo anuncian hoy (comparar 1 Juan 1: 2-3). En la comunión con ellos ya tenemos hoy una parte de la vida eterna, por tomar los Sacramentos y por aceptar la palabra de Dios. En el tercer capítulo de su primera epístola, el Apóstol Juan se dirigía a los hijos de Dios, diciéndoles que en ese momento debían estar contentos por el amor del Padre en el cielo y que podían estar seguros de su infancia divina. A ellos escribió lo siguiente: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios: por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a él. Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es" (1 Juan 3:1-2). Entonces, en nosotros se habrá cumplido la promesa de Jesús que dice: "Vosotros me veréis, porque yo vivo, y vosotros también viviréis" (comparar con Juan 14:19).

Con el entendimiento, el hombre no puede comprender la dimensión
de la eternidad, porque su mundo de experiencia es la temporalidad.

lunes, 25 de abril de 2011

El dedo de Dios


     En tiempos remotos, el Señor quiso conducir al pueblo de Israel
fuera de Egipto por medio de Moisés.

 En Egipto los israelitas sufrían mucho: eran explotados por el faraón, realizaban, trabajo de esclavos en los campos y en los lugares donde se fabricaban ladrillos de adobe. Además construían depósitos para aprovisionar alimentos para el pueblo egipcio. A pesar del trabajo duro, los israelitas ni siquiera tenían lo imprescindible para vivir.
Entonces intervino el Señor. Moisés debía conducir fuera de Egipto al pueblo de Israel
y liberarlo del poder del faraón. Pero el faraón no quería dejarlo partir. Entonces Dios envió diez plagas sobre el reino. Sin embargo, cada vez que pasaba una plaga el corazón del faraón volvía a endurecerse e impedía la partida del pueblo de Israel.
Los hechiceros del faraón también pudieron reproducir algunas de estas plagas, por lo que quizás surgiera la impresión de que no eran tan difíciles de imitar.
Pero luego, las plagas eran más severas. Cierto día, agotados los argumentos de los hechiceros, estos dijeron al faraón que ya nada podían hacer, porque reconocían la intervención del dedo de Dios en estos acontecimientos.
En otras palabras: ahora Dios había intervenido y los hombres ya nada podían hacer. Bien sabemos cómo siguió la historia: finalmente, un día el faraón tuvo que dejar partir
al pueblo de Israel.
Ahora analicemos por un instante lo que esto puede significar para nuestra época. ¿Hay también hoy un dedo de Dios? Yo digo sí, también hoy Dios interviene. Todos lo podemos experimentar si nos acercamos al Señor con un corazón creyente. El dedo de Dios también se manifiesta hoy. Pero en ello no hay nada mágico, como presumían los hechiceros del antiguo Egipto, sino la poderosa voluntad de salvación de Dios.
Quiero mencionar dos ejemplos: más de uno ha sido invitado a asistir a un Servicio Divino en la Iglesia Nueva Apostólica y de este modo tomó contacto con la Obra de Dios. En ello veo el dedo de Dios. Más adelante fuimos sellados y recibimos del
Espíritu Santo. Esto también es el dedo de Dios. En lo cotidiano también experimentamos el dedo de Dios de múltiples maneras; pero para ello debemos tener abierto el corazón.
Los hechizeros reconocieron el dedo de Dios en la acción divina de restringirles su poder. Hoy lo reconocemos cuando estamos juntos en el Servicio Divino. De pronto oímos una palabra que nos toca de manera especial. Entonces sentimos que allí nos quiere alcanzar el Señor, que se refiere a nosotros. Este es el dedo de Dios su palabra.
Si lo reconocemos de este modo y actuamos en consecuencia, dará por resultado experiencias en la fe. También en la oración podemos experimentar el dedo de Dios. Si oramos con verdadera intensidad, sentiremos que ahora Dios está cerca y nos escucha. Entonces, el dedo de Dios significa su presencia. En una oración superficial no sentimos el dedo de Dios; pero cuando oramos de manera intensa, es decir, cuando rogamos por la ayuda divina, sentimos como nos toca el dedo de Dios. Entonces también tendremos respuesta a nuestras oraciones. El Señor nos guía y procura que todo sea para nuestro beneficio y para bendición.
Por tanto, el dedo de Dios puede encontrarse en todo lugar también en la época actual. Imaginémonos el instante en el cual el Señor termine su Obra. entonces, el dedo de Dios de nuevo se  manifestará y su voz se hará oír: Venid benditos, heredad el reino preparado para vosotros.
Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios;
 tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud.
Salmos 143:10

martes, 19 de abril de 2011

¡" Vencer "!



    En las siete misivas, a los vencedores se les hacen grandiosas promesas, cuya coronación es la siguiente: "El que venciere, heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo". Al considerar lo que significa heredar todas las cosas, podríamos sacar como conclusión que se trata de vencer grandes y formidables cosas librando batallas en las que debemos combatir recurriendo a todas nuestras fuerzas.
Pero cuanto más nos ocupemos de vencer, tanto más llegaremos al reconocimiento de que lo más importante son las pequeñas cosas. Porque en su mayoría no son las grandes y funestas pasiones, sino las conductas humanas más corrientes las que se oponen a la voluntad divina y que deben ser vencidas. Un ejemplo de ello es el llamado de Moisés a conducir el pueblo de Israel. Moisés se mostró reticente: una reacción totalmente humana. En el mundo del trabajo actual se habla del "profesional de la objeción" haciendo referencia a las personas que a todo tienen algo que objetar o criticar. En su época, el Señor no permitió que Moisés reivindicara sus objeciones. En la Escritura dice incluso que Él se enojó con Moisés y éste tuvo tuvo que vencer sus dudas y reservas.
Cuando Dios llama, no hay lugar para objeciones y vacilaciones, simplemente hay que hacer lo que Él quiere. Oservémonos por un instante a nosotros mismos: supongamos que alguien se dirige a nosotros y nos propone hacernos cargo de la labor de "dar una mano" en la comunidad. De inmediato se nos cruzará por la cabeza: "justo me toca a mí... hay otros que seguramente lo harían mejor que yo".
Recordemos la parábola en la cual Jesús narra que un hombre envió a sus siervos a invitar a otras personas para que concurrieran a una gran cena. ¿Cómo reaccionaron los que fueron invitados? De manera muy humana: "Nos gustaría ir, pero tenemos este o aquel compromiso", "quizas más adelante", "la verdad es que este no es el momento propicio". Echemos ahora una mirada a nuestra época: ¿no es este mismo un tema de candente actualidad? El Señor da a conocer con claridad lo que no le agrada: la tibieza, indecisión, vacilación y duda, las objeciones: cuando llama, es necesario vencer todo esto.
Para finalizar agregaré un pensamiento: vencer es como una puerta: Quizás haya que hacer un poco de esfuerzo para abrirla. Pero recién cuando hayamos pasado a través de ella, experimentaremos a Dios de manera especial: ¡la bendición vendrá en cantidad abundante!

Vencer es uno de los temas
que trata el Apocalipsis.



viernes, 11 de febrero de 2011

Un bien valioso


     Toda persona en la tierra posee un bien valioso. Se trata de la vida
 que nos donó Dios.
Un bien todavía más elevado es la infancia divina, que se obtiene por el renacimiento a partir del agua y del Espíritu. Se trata de proteger este don de gracia y de defenderlo contra todos los ataques del príncipe de este mundo.
Lo que el Apóstol Pablo escribió en su segunda epístola a Timoteo, también es aplicable a ello: "Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que habita en nosotros".
  "Buen depósito" en el sentido de bien valioso que debemos proteger, También es la fe en el Señor y en sus manifestaciones acordes a la época, el reconocimiento sobre el plan de Redención de Dios y el conocimiento sobre su Obra de redención. A través del Espíritu santo, que anuncia la palabra desde el altar, que a su vez se oye en el trono de Dios, somos llevados cada vez a más profundidad en los misterios del Plan de redención. Esto fortalece la esperanza por la anunciada venida de Cristo; de ello nace la fuerza para superar y el consuelo en muchas circunstancias de la vida.
   El don de saber diferenciar los espíritus, también es un bien valioso. hace que sea posible tomar las decisiones correctas, principalmente cuando se trata de repeler las tentaciones y resistir los ataques. Seguir consecuentemente la doctrina de Cristo requiere decisiones correctas una y otra vez.
   Pero el Espíritu de Dios no sólo actúa desde el altar a través de la palabra divina, sino también en nosotros mismos, despertando y fomentando pensamientos y actos agradables a Dios. Entonces, bien por aquel que toma en serio la palabra de Dios y no la rebaja al nivel de la discusión humana. Quien mantenga Santo lo manifestado por el Espíritu Santo, crecerá en la fe. La inteligencia es un don valioso y quien lo posea, podrá agradecer a Dios. Pero sólo el Espíritu Santo revela los misterios de la fe, conduce a la sabiduría divina y al reconocimiento. Él fortalece la esperanza y nos permite quedar en el primer amor. Por lo tanto, permitamos que se despliege el Espíritu Santo con el que hemos sido sellados y que mora en nosotros.
   Transformemoslo en nuestra consigna: ¡dejémonos inspirar por el Espíritu Santo, para que lleguemos así lo más rápido posible a la meta! Para lograrlo, démosle espacio en nuestro ser interior, no en el "altillo" o en el "sótano". Pues no, abramos todo nuestro corazón. Quien deje actuar al Espíritu Santo en su interior, andará su camino en la fe con alegría. Esto no significa que de vez en cuando tuviéramos un mal día, que estuviéramos tristes o inclusive furiosos alguna vez; todavía somos hombres de carne y hueso. Pero si el Espíritu Santo gana espacio en nosotros, superaremos tales desavenencias, a más tardar en el próximo Servicio Divino o cuando nos arrodillemos y presentemos nuestras cargas al amado Dios. entonces recibiremos la fuerza y nueva paz, y peregrinaremos con alegría en pos del día del Señor.

viernes, 28 de enero de 2011

Los dones del Espíritu Santo


       Amados hermanos y hermanas:
A veces me preguntan por qué los dones del Espíritu Santo que se mencionan en 1 Corintios 12: 8-10, no se manifiestan en su totalidad en quienes fueron sellados. En forma tácita se presupone que dones como el "hablar en lenguas", es decir, la interpretación de lenguas desconocidas, o la capacitación de sanar enfermedades son pruebas certeras de la posesión del Espíritu.
     A continuación quisiera referirme a esta cuestión. Veamos primero el texto bíblico. Si lo leemos con detenimiento, reconoceremos que el Apóstol Pablo enuncia todos aquellos dones que estaban presentes en la comunidad de Corinto. ¿Por qué lo hace? Lo hace porque en la comunidad probablemente hubiera un grupo que se ufanaba de tener dones especiales del Espíritu Santo. Al ufanarse, probablemente destacaran la importancia del hablar en "Lenguas". El Apóstol discute con dichos miembros de la comunidad y llega a una valoración ciertamente crítica.
     Al don de "hablar en lenguas", que probablemente sea el más espectacular junto al don de sanar, el Apóstol pablo lo caracteriza como un don que sólo fortaleze y enriqueze
a quienes lo poseen, mientras que la comunidad y también los que no se han convertido a Cristo se quedan con las manos vacías. Por eso, el Apóstol reclama que cada"hablar en lenguas" requerirá de una interpretación para comprenderlo.
    El Apóstol Pablo compara el don de lenguas con el discurso profético. Este no sólo es un discurso que revela el futuro, sino que está relacionado con el testimonio del poder y de la importancia de Jesucristo, en el pasado el presente y el futuro de la historia de salvación. El discurso profético ha de fortalecer a la comunidad en su fe, porque en él se habla sobre los anunciados centrales del evangelio. Este discurso profético, subraya el Apóstol es importante y no es como "hablar en lenguas" , pues no corre el peligro de que no se le comprenda.
     El discurso profético es un don del Espíritu Santo que también nos ha sido dado a nosotros. Se muestra cuando hablamos seriamente y llenos de convicción sobre Jesucristo, nuestro Señor y fundamento, base de la salvación. El discurso profético es perceptible allí donde estén en el centro la importancia de la muerte, la resurrección, y el regreso de Cristo. También se hace visible cuando hablamos sobre la importancia del ministerio de Apóstol en el tramo actual de la historia de salvación.
     En relación a los dones del Espíritu, el Apóstol Pablo también señala la posición central que ocupan la fe, la esperanza y el amor. Estos son seguramente los dones más nobles del Espíritu, en los cuales queda en claro, por sobre todo, la verdadera posesión del Espíritu:
En la fe en Jesucristo como el fundamento,
 la base de salvación.
En la esperanza de su retorno.
En el amor a Dios y a nuestro prójimo.

Pero el poder que todo lo penetra, es el amor.
Dejemos que actúe en nosotros y nos defina.
Es el don más bello del Espíritu, pues el amor nunca termina.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Terminación


   Terminación: esta palabra infunde cierto temor. Denota un alto grado de exigencia: debemos llegar a la perfeccción, a la dignidad, vencer y estar preparados en el momento del retorno de Cristo. Entonces vemos nuestros errores y debilidades,
    y nos sentimos asustados, preguntándonos: ¿Cómo ocurrirá que lleguemos a la perfección?". Seguramente no lleguemos al punto de poder decir realmente: "¡Soy perfecto!". En su época, el Señor ya explicó en las parábolas que hay diferencias. En la parábola del sembrador dijo que las buenas tierras también dan frutos de diferentes maneras: a veces treinta, otras sesenta y otras cien veces más.
   Es decir que hay diferencias y grados. Por eso es infundada la preocupación que surge de reconocer que no lograremos llegar a la perfección en todos los aspectos. Es importante que estemos en camino hacia allí y que nos preocupemos por la terminación.
   Pero como se llega a la terminación? Algo es necesario: que avancemos paso a paso, que se produzca una evolución, un incremento, un crecimiento. Esto es lo decisivo para llegar a la terminación.
   Permitidme preguntar una vez: ¿Hay crecimiento en ti?
Que cada uno se autoevalúe. ¿Hay crecimiento en la fe? Entonces estaremos en el camino a la terminación. ¿Puede comprobarse el crecimiento, en el sentido de que servimos al Señor todavía más que antes? Entonces estaremos en el camino correcto a la terminación. ¿Puede comprobarse un crecimiento de manera que estemos en condiciones de evitar cada vez más lo que no es divino, el pecado? entonces estaremos en el camino correcto a la terminación. ¿Hay un crecimiento en el sentido de que el amor se siente todavía más en la comunidad? Entonces estaremos en el camino correcto a la terminación.
   Esto es lo decisivo para llegar a la terminación. Es cierto que no lo lograremos por nuestro propio esfuerzo. ¡Porque en definitiva, el Señor es quien produce la terminación!
Nos proporciona la terminación mediante su palabra y su gracia.
  Aplicando la gracia divina y trabajando en nuestras debilidades con la fuerza proveniente del mérito de Cristo, avanzaremos paso a paso y llegaremos, finalmente, a la terminación.
   La terminación no dependerá de que hayamos alcanzado la perfección en todas las cosas. Este no será el caso. Estamos y seguiremos estando supeditados a la gracia, también en cuanto a la terminación.

"Porque los montes se moverán,
Pero no se apartará de ti mi misericordia,
Ni el pacto de mi paz se quebrantará, dijo Jehová,
el que tiene misericordia de ti."
Isaías 54:10

jueves, 14 de octubre de 2010

¡Dones en abundancia!


     En sus discursos de despedida, Jesús habló sobre el motivo de su envío.
 Había venido para que los que creyeran en Él, " tengan vida", y para que la tengan en abundancia". La expresión "tener en abundancia" en este contexto puede resultarnos extraña. Significa que los dones estén presentes en cantidad, y al mismo tiempo nos recuerda una promesa de Dios hecha por medio del profeta Jeremías, por la cual el Señor quería "saciar de su bien" a su pueblo de aquella época,
 es decir satisfacerlo en abundancia.
Los dones divinos se manifiestan en cantidad cuando nos dirigimos una y otra vez al Señor, cuando evoluciona la vida divina, llegando a la maduración y a la perfección.
     Por dones divinos de esta época entiendo aquello que hoy da el Señor en su Iglesia. Puedo mencionar algunos dones: por ejemplo la paz. Allí donde se manifiesta la vida divina y cuando nos hemos decidido por el Señor hay abundancia de paz. Por un instante echemos una mirada al mundo. Allí también hay paz, ¿Pero es paz en abundancia? Yo no lo vería de ese modo. las cosas se han configurado de forma
apenas suficiente como para que no haya guerra y para que hasta un cierto punto impere la calma, pero paz en abundancia, eso es algo que me imagino de otra manera, una paz divina, que es más elevada que toda razón.
    Como siguiente punto mencionaré la alegría. alegría en abundancia: ¿puede uno tenerla hoy en esta tierra? Realmente no. Opino que alegría tenemos cuando podemos estar en el seno de nuestras familias, cuando esto o aquello se cumple, cuando no nos falta de nada, cuando experimentamos cosas nuevas. Pero estos son apenas unos breves instantes. Todos sabemos que la alegría nunca es demasiado duradera. Cuando nos dirigimos al Señor y nos colocamos bajo la palabra del altar, cuando la vida divina nos atraviesa, entonces impera la abundancia de alegría, hay entonces una alegría desbordante. Que también haya abundancia de bendición cuando nos dirigimos al Señor y confiamos en Él. De este modo habrá sido creado el fundamento para tener bendición en abundancia..
    Que haya abundancia de bendición para todos los que tienen deseos para su camino en la vida. Con el Señor siempre hay abundancia de bendición. Que también haya siempre abundancia de gracia, de manera que puedan ser eliminados todos los errores, imperfecciones y debilidades que existan. Y experimentaremos una abundancia de gloria cuando lleguemos a la meta de nuestra fe, el retorno de Cristo, y compartamos la vida eterna con nuestro Padre Celestial.
    Apenas nos podemos imaginar cuánta abundancia podremos experimentar entonces. Extraigamos de lo que fue dicho las conclusiones correctas para decidirnos otra vez por el Señor. Que la luz divina de la gracia nos acompañe en nuestro camino de la fe;
que la vida divina se desarrolle en nosotros y madure hasta la perfección, que el Señor nos brinde todos los dones, para que de ese modo continuemos nuestro camino hasta que estemos en nuestro hogar, en la casa del Padre.

martes, 12 de octubre de 2010

¡El Dedo de Dios!


    En tiempos remotos, el Señor quiso conducir al pueblo de Israel fuera de Egipto, por medio de Moisés. En Egipto los israelitas sufrían mucho: eran explotados por el faraón, realizaban trabajo de esclavos en los campos y en los lugares donde se fabricaban ladrillos de adobe. Además construían depósitos para aprovisionar alimentos para el pueblo egipcio. A pesar del trabajo duro, los israelitas ni siquiera tenían lo imprescindible para vivir.
     Entonces intervino el Señor. Moisés debía conducir fuera de Egipto al pueblo de
Israel y liberarlo del poder del faraón. Pero el faraón no quería dejarlo partir.
Entonces, Dios envió diez plagas sobre el reino. Sin embargo, cada vez que pasaba una plaga el corazón del faraón volvía a endurecerse e impedía la partida del pueblo de Israel. Los hechiceros del faraón también pudieron reproducir algunas de estas plagas,
por lo que quizás surgiera la impresión de que no eran tan difíciles de imitar.
Pero luego, las plagas eran más severas. Cierto día, agotados los argumentos de los hechiceros, estos dijeron al faraón que ya nada podían hacer, porque reconocían la intervención del dedo de Dios en estos acontecimientos. En otras palabras: ahora Dios había intervenido y los hombres ya nada podían hacer. Bien sabemos cómo siguió la historia: finalmente, un día el faraón tuvo que dejar partir al pueblo de Israel.
    Ahora analizemos por un instante lo que esto puede significar para nuestra época. ¿Hay también hoy un dedo de Dios? Yo digo: sí, también hoy Dios interviene. Todos lo podemos experimentar si nos acercamos al Señor con un corazón creyente. El dedo de Dios también se manifiesta hoy. Pero en ello no hay nada mágico, como presumían los hechiceros del antiguo Egipto, sino la poderosa voluntad de salvación de Dios.
      Quiero mencionar dos ejemplos: más de uno ha sido invitado a asistir a un Servicio Divino en la Iglesia Nueva Apostólica y de este modo tomó contacto con la Obra de Dios. En ello veo el dedo de Dios. Más adelante fuimos sellados y recibimos del Espíritu Santo. Esto también es el dedo de Dios. En lo cotidiano también experimentamos el dedo de Dios de múltiples maneras; pero para ello debemos tener abierto el corazón.
       Los hechiceros reconocieron el dedo de Dios en la acción divina de restringirles su poder. Hoy lo reconocemos cuando estamos juntos en el Servicio Divino.
De pronto oímos una palabra que nos toca de manera especial.
Entonces sentimos que allí nos quiere alcanzar el Señor, que se refiere a nosotros. Este es el dedo de Dios en su palabra. Si lo reconocemos de este modo y actuamos en consecuencia, dará por resultado experiencias en la fe. También en la oración podemos experimentar el dedo de Dios. Si oramos con verdadera intensidad, sentiremos que ahora Dios está cerca y nos escucha. Entonces el dedo de Dios significa su presencia; En una oración superficial no sentimos el dedo de Dios; pero cuando oramos de manera intensa, es decir, cuando rogamos por la ayuda divina sentimos como nos toca el dedo de Dios. Entonces también tendremos respuesta a nuestras oraciones. El Señor nos guía y procura que todo sea para nuestro beneficio y bendición.
     Por tanto, el dedo de Dios puede encontrarse en todo lugar también en la época actual. Imaginémonos el instante en el cual el Señor termine su Obra. Entonces, el dedo de Dios de nuevo se manifestará y su voz se hará oír. Venid benditos, heredad el reino preparado para vosotros.

Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios;
 tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud.
Salmos 143:10