En tiempos remotos, el Señor quiso conducir al pueblo de Israel fuera de Egipto, por medio de Moisés. En Egipto los israelitas sufrían mucho: eran explotados por el faraón, realizaban trabajo de esclavos en los campos y en los lugares donde se fabricaban ladrillos de adobe. Además construían depósitos para aprovisionar alimentos para el pueblo egipcio. A pesar del trabajo duro, los israelitas ni siquiera tenían lo imprescindible para vivir.
Entonces intervino el Señor. Moisés debía conducir fuera de Egipto al pueblo de
Israel y liberarlo del poder del faraón. Pero el faraón no quería dejarlo partir.
Entonces, Dios envió diez plagas sobre el reino. Sin embargo, cada vez que pasaba una plaga el corazón del faraón volvía a endurecerse e impedía la partida del pueblo de Israel. Los hechiceros del faraón también pudieron reproducir algunas de estas plagas,
por lo que quizás surgiera la impresión de que no eran tan difíciles de imitar.
Pero luego, las plagas eran más severas. Cierto día, agotados los argumentos de los hechiceros, estos dijeron al faraón que ya nada podían hacer, porque reconocían la intervención del dedo de Dios en estos acontecimientos. En otras palabras: ahora Dios había intervenido y los hombres ya nada podían hacer. Bien sabemos cómo siguió la historia: finalmente, un día el faraón tuvo que dejar partir al pueblo de Israel.
Ahora analizemos por un instante lo que esto puede significar para nuestra época. ¿Hay también hoy un dedo de Dios? Yo digo: sí, también hoy Dios interviene. Todos lo podemos experimentar si nos acercamos al Señor con un corazón creyente. El dedo de Dios también se manifiesta hoy. Pero en ello no hay nada mágico, como presumían los hechiceros del antiguo Egipto, sino la poderosa voluntad de salvación de Dios.
Quiero mencionar dos ejemplos: más de uno ha sido invitado a asistir a un Servicio Divino en la Iglesia Nueva Apostólica y de este modo tomó contacto con la Obra de Dios. En ello veo el dedo de Dios. Más adelante fuimos sellados y recibimos del Espíritu Santo. Esto también es el dedo de Dios. En lo cotidiano también experimentamos el dedo de Dios de múltiples maneras; pero para ello debemos tener abierto el corazón.
Los hechiceros reconocieron el dedo de Dios en la acción divina de restringirles su poder. Hoy lo reconocemos cuando estamos juntos en el Servicio Divino.
De pronto oímos una palabra que nos toca de manera especial.
Entonces sentimos que allí nos quiere alcanzar el Señor, que se refiere a nosotros. Este es el dedo de Dios en su palabra. Si lo reconocemos de este modo y actuamos en consecuencia, dará por resultado experiencias en la fe. También en la oración podemos experimentar el dedo de Dios. Si oramos con verdadera intensidad, sentiremos que ahora Dios está cerca y nos escucha. Entonces el dedo de Dios significa su presencia; En una oración superficial no sentimos el dedo de Dios; pero cuando oramos de manera intensa, es decir, cuando rogamos por la ayuda divina sentimos como nos toca el dedo de Dios. Entonces también tendremos respuesta a nuestras oraciones. El Señor nos guía y procura que todo sea para nuestro beneficio y bendición.
Por tanto, el dedo de Dios puede encontrarse en todo lugar también en la época actual. Imaginémonos el instante en el cual el Señor termine su Obra. Entonces, el dedo de Dios de nuevo se manifestará y su voz se hará oír. Venid benditos, heredad el reino preparado para vosotros.
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Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud. Salmos 143:10 |
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