Uno de nuestros cánticos expresa: "Riqueza es ser tuyo, Hijo de Dios... "Como Hijos de Dios, ¿somos siempre conscientes de cuán ricos somos espiritualmente? Por ejemplo, siempre podemos dirigirnos a nuestro Padre Celestial, ya sea agradeciendo o con nuestras peticiones. En su epístola a los Romanos, el Apóstol Pablo expresó la doble dimensión de la riqueza divina: "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!"
¿De donde proviene la sabiduría del alma? Es tan sencillo como irrefutable: ¡del temor de Dios! Y el temor de Dios se desarrolla a partir de que el Espíritu Santo pueda activar en nosotros, que el amor de Dios impere en nosotros, nos guié y conduzca. Es sabiduría divina que amemos a Dios, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos. Quien vive de esta manera, al mismo tiempo cumple el más elevado y grande mandamiento. El Hijo de Dios dijo que en ello reside toda ley y todas las palabras de los profetas.
Sabiduría es aprovechar el tiempo de gracia en el cual vivimos, para llegar a la meta prometida. La ofrenda reporta bendición. Quien lo sabe y procede en consecuencia, vive en la sabiduría divina. Perseverar en el seguimiento Hasta el final, hasta el día en que entremos en la gloria eterna, esto también es sabiduría. Reconocer y aceptar las dávidas y la gracia del apostolado de Jesucristo y del cuerpo ministerial de la Iglesia de Cristo, es sabiduría en la misma medida. En ello reside la profundidad de la riqueza divina.
Para ello es necesario reconocer a Dios. Esto surge a partir de la fe. ¡Donde no hay fe, no puede haber verdadero reconocimiento! Y porque la fe, como lo manifestara el Apóstol Pablo, proviene de la prédica, son tan importantes los Servicios Divinos, tan valiosos. Nuestra fe no solo debe ser teoría, sino algo que utilizamos en la práctica en nuestra vida para adquirir fuerzas, alegría, bendición y las sustancias necesarias para la maduración.
Si tomamos estos bienes divinos y permanecemos con amor en la Obra del Señor, viviremos la profundidad de la riqueza divina; en contraste todos los tesoros y bienes terrenales empalidecen. Recordemos la exhortación de Jesús: "Mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla
ni orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan." Esforcémonos por adquirir la verdadera riqueza, valoremos la infancia divina, entonces recibiremos la herencia en el cielo que el Apóstol Pedro describió como incorruptible, que no se puede contaminar, ni marchitar.