Vida eterna
En primer lugar compararemos los términos tiempo y eternidad. Comentaremos que la trinidad de Dios está por sobre todo lo temporal y, por ende, es el único eterno con todo lo que esta palabra implica. A continuación plantearemos el significado de la vida eterna para el hombre. Para ilustrar los comentarios, analizaremos algunas expresiones de Jesús y sus Apóstoles de la primera época. Para finalizar referiremos a nosotros la creencia en la vida eterna.
Temporalidad- Eternidad
Nuestra vida en la tierra está caracterizada por el permanente transcurso del tiempo.
Los días y las noches se van sucediendo, las estaciones también. Medimos el tiempo en segundos horas, días y años. También sabemos de periodos que se hallan por enzima del horizonte de expectativas del individuo. La historia escrita nos da cuenta de siglos y de milenios, previos a nuestro tiempo de vida. En la Astronomía se adquiere conciencia de periodos todavía mayores cuando se discute sobre la edad de la tierra y del universo. Nuestro mundo de experiencias sólo conoce la temporalidad, que señala todo aquello que tiene un principio y un final, que todo está sujeto a los límites que impone el tiempo. Esto llama especialmente la atención en la naturaleza viva. Los pastos y las flores del campo brotan, crecen florecen y se marchitan. Isaías hace una comparación con esto: "Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor de campo. "Sécase la hierba, caese la flor: mas la palabra de Dios nuestro permanece para siempre"(Isaías 40: 6-8).
El Antiguo y el Nuevo Testamento dan testimonio de que la temporalidad está inserta en la eternidad: es una dimensión que como hombres, no podemos abarcar con la razón. De vez en cuando se la utiliza como denominación de una localidad, así en Libro de la Sabidurías leemos acerca de la virtud:
"...hay que anhelarla y resplandecer en la corona eterna y conservar la victoria de la honesta lucha"
(Sabiduría 4:2). A esto equivale lo que es de uso en la lengua cuando se habla de los muertos. y se dice que han pasado a la eternidad". Eterno: este término en todo su sentido sólo se refiere a Dios. Él es por toda la eternidad, está por encima del transcurso del tiempo, es superior al principio y al fin, al cambio permanente, a lo que sube y baja. "Todo lo que hace el que vive eternamente, es perfecto" (Sirach 18:1). Por lo tanto Él, el Dios Trino, no tiene principio. Es una vida eterna desde siempre, de la cual ha nacido todo lo que es creación visible e invisible. A este hecho también se refiere la carácterización de "Yo el primero, yo también el postrero" (comparar con Isaías 48: 12-13; Apocalipsis 1:17).
Cuando la palabra "eterno" se aplica a lo creado o realizado surge otro contenido que se expresa en la formulación bíblica "...desde ahora y para siempre" (comparar por ejemplo con Isaías 59:21). Esto quiere decir que si bien lo referido tiene un principio, no tiene final. Este concepto de eternidad se aplica cuando hablamos de la vida eterna del hombre. Cada persona tiene su principio, que Dios, el Creador ha determinado para cada individuo. En este sentido citamos la referencia de Jeremías 1:5 en este mismo concepto: "Antes que te formases en el vientre te conocí".
El hombre a imagen de Dios,
destinado a la vida eterna
Dios hizo al hombre, varón y mujer, a su imagen (Génesis 1:26-27); los creó "... para vida eterna" (comparar con Sabiduría 2:23). A cada persona que nace le es otorgado un cierto periodo para vivir en la tierra. La vida humana en el cuerpo es finita, es transitoria. Inclusive si un hombre llega a ser muy anciano, su vida aquí en la tierra resulta demasiado corta en relación con la eternidad: "Si vive mucho tiempo, vive cien años. Como una gotita de agua en comparación con la arena junto al mar, tan pocos son sus años en comparación con la eternidad" (Sirach 18:8; comparar también con Salmo 90:10). En los Salmos, el hecho inevitable de la transitoriedad del hombre suele ser un repetido objeto de lamentación de los profetas. Esto se debe, entre otros factores, a que la esperanza de vida en el más allá, después de la muerte, solo estaba en la conciencia con poca claridad. Para ilustrar lo dicho podemos citar Salmo 39: 5-7, que dice: "He aquí diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti: ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive. Ciertamente en tinieblas anda el hombre; ciertamente en vano se inquieta: junta y no sabe quien lo allegará". El salmista pregunta con resignación: "Y ahora, Señor ¿qué esperaré? A pesar de ello se expresa la esperanza que excede la muerte en frase siguiente: "Mi esperanza en ti está". Una esperanza de vida eterna recién llegó a la conciencia del hombre a través de Jesucristo.
Jesucristo, la vida eterna
Acerca de Jesucristo, el Apóstol Juan escribe: "Este es el verdadero Dios, y la vida eterna"
(1 Juan 5:20). De Pablo leemos: "...mas la dávida de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro." (Romanos 6:23). Queda claro que:
Jesús es la vida eterna en persona.
Él es la dávida (don de Dios para el hombre.
A través de Él, el hombre tiene parte de la vida eterna.
La vida eterna en Cristo significa más que solo continuar viviendo después de la muerte, como se pensaba en la antigüedad. La vida eterna significa estar en comunión perfecta con Dios. Esto es donado al hombre en Jesucristo y sólo puede ser recibido en la fe. Es parte de la vida en la gloria, posible por la muerte y resurrección de Cristo.
Jesús dijo a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquél que vive y cree en mi, no morirá eternamente. ¿Crees esto? (Juan 11:25-26). En ello está la clave para la vida eterna: en la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios.
Veamos algunas declaraciones que Jesús hizo sobre la vida eterna. En una conversación con la mujer samaritana en la fuente de Jacob, Jesús hablaba de una agua que él daría; una vez que el hombre recibiera esta agua dentro de él se transformaría en una fuente y brotaría en la vida eterna (comparar con Juan 4:14). En la imagen del agua vemos la doctrina de Jesús, su evangelio. El evangelio trae la vida eterna a quien la entiende en la fe: "El que cree en mi, tiene vida eterna" (Juan 6:47). Esta vida eterna no comenzará recién en el futuro, sino que ya ahora ya es posesión de quienes tienen comunión con Cristo a través de la fe. Esta fe se orienta en que Jesucristo es el Hijo de Dios. "Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él tenga vida eterna..." (Juan 6:40; comparar también con Juan 3:36): reconocer a Jesús como el Salvador enviado por el Padre: este reconocimiento de Dios es vida eterna (comparar con Juan 17:3). Todo lo que forma parte de este reconocimiento y de esta fe es descrito en los evangelios y en las epístolas de los Apóstoles y se despliega en el anuncio de la palabra divina acorde a la época.
Siempre que el Hijo de Dios hablaba sobre la vida eterna, con ello producía choques con muchos judíos. Su expresión : "El que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre", chocaba con un total rechazo. Abraham y los profetas habían muerto y ahora ahí estaba Él, ¡que se paraba por encima de los testigos en la fe del antiguo tiempo, a quienes se honraba! Inclusive aseguraba que: "Antes que Abraham fuese, yo soy" (Juan 8:51-59).
Poco antes, ya el discurso de Jesús sobre la vida eterna había generado un clima de intranquilidad. En la sinagoga de Capernaún había hablado sobre los padres de Israel, que si bien habían sido alimentados con maná en el desierto, al final igual debieron morir.
El Hijo de Dios se caracterizó a sí mismo como el pan que había venido del cielo, y agregó: "...si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre". Según Él, su carne era el pan que dará por la vida del mundo. Se produjo una pelea y cuando el Señor atinó a agregar: "Si no comiereis la carne la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna. {...} Este es el pan que descendió del cielo. No como vuestros padres comieron del maná, y son muertos. El que come de este pan, vivirá eternamente", estas expresiones desembocaron en que muchos de sus discípulos se apartaran de Él, justamente aquellos que no creían.
Cuando después preguntó a los doce que quedaron, si también se irían, Pedro reconoció: " Señor, ¿a quien iremos? tu tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y conocemos que tu eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente" (Juan 6:28-69).
Al introducir la Santa Cena se develó claramente que había querido decir el Señor con las palabras que habían sido tan dificiles de comprender; quien coma la carne de Cristo en el pan que fue separado, tendrá la vida eterna. Cuando se celebra la Santa Cena para recordar a Cristo, se anuncia su muerte y se reconoce: ¡Él volverá! (comparar con Corintios 11:26)).
Los Apóstoles de Jesús transmitieron este mensaje después de su resurrección. Todo lo que el Señor enseñó sirve para señalarles el camino a los hombres que cayeron en el pecado, camino éste que los lleva a Dios, y, por, consiguiente, a la vida eterna, A través de su sacrificio, Jesús liberó el camino hacia el Padre en el cielo.
Seguir viviendo después de la muerte
Inseparable a la cuestión sobre la vida eterna también se vincula la pregunta sobre que pasará con la vida del alma y del espíritu después de la muerte del cuerpo, las opiniones. Los israelitas creyentes estaban convencidos de que Dios vive eternamente. Pero en lo que atañe a que el individuo siga viviendo después de la muerte del cuerpo, las opiniones estaban divididas. El mensaje del Nuevo Testamento es inequívoco: la vida continua después de la muerte. La aparición de Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración (comparar con Lucas 9:28-31), las palabras de Jesús sobre el hombre rico y el pobre Lázaro (comparar con Lúcas 16:19-31)., la prédica de Jesús dirigida a los que habían sido desobedientes en los tiempos de Noé (comparar con 1 Pedro 3:19-20) son testimonios de ello. De estos ejemplos se desprende que se conserva la personalidad y se puede discernir, participar en la vida con los que están en la tierra, ser consciente del propio estado y arrepentirse.
Después de perecer el cuerpo, el alma y el espíritu pasan al mundo del más allá. Dicho en forma figurada, allí ocupan una "vivienda" adecuada a su estado y convicción.
A diferencia de la continuación de la vida en este sentido, que en esencia forma parte del alma y del espíritu, la vida eterna es esencia misma de la santidad, de la comunión futura y eterna con Dios hacia la cual se orienta nuestra fe. Esta vida eterna recién se manifestara cuando Cristo regrese, lleve a los suyos con él y estos vean la gloria de Cristo (comparar con Juan 17:24). Ahora ya, los que han muerto en Cristo están protejidos en el amor de Dios; todavía no están en comunión directa con Dios, sino que se preparan para la venida de Cristo.
¡Creo en la vida eterna!
Igual que todos los cristianos, en el tercer artículo de nuestra confesión de fe damos testimonio de que creemos en la vida eterna. El hombre que debido al pecado ha caído en la muerte (en realidad de manera ineludible), podrá tener esta vida por la fe en Cristo. Así como el pecado trajo la muerte, a través de Jesucristo "así por justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida" (Romanos 5:18), así como la paga del pecado es la muerte, la dávida de Dios es "vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23). En Él apareció la vida "eterna, la cual estaba con el Padre". Así lo anunciaban los Apóstoles de la antigüedad, y también lo anuncian hoy (comparar 1 Juan 1: 2-3). En la comunión con ellos ya tenemos hoy una parte de la vida eterna, por tomar los Sacramentos y por aceptar la palabra de Dios. En el tercer capítulo de su primera epístola, el Apóstol Juan se dirigía a los hijos de Dios, diciéndoles que en ese momento debían estar contentos por el amor del Padre en el cielo y que podían estar seguros de su infancia divina. A ellos escribió lo siguiente: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios: por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a él. Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es" (1 Juan 3:1-2). Entonces, en nosotros se habrá cumplido la promesa de Jesús que dice: "Vosotros me veréis, porque yo vivo, y vosotros también viviréis" (comparar con Juan 14:19).
En primer lugar compararemos los términos tiempo y eternidad. Comentaremos que la trinidad de Dios está por sobre todo lo temporal y, por ende, es el único eterno con todo lo que esta palabra implica. A continuación plantearemos el significado de la vida eterna para el hombre. Para ilustrar los comentarios, analizaremos algunas expresiones de Jesús y sus Apóstoles de la primera época. Para finalizar referiremos a nosotros la creencia en la vida eterna.
Temporalidad- Eternidad
Nuestra vida en la tierra está caracterizada por el permanente transcurso del tiempo.
Los días y las noches se van sucediendo, las estaciones también. Medimos el tiempo en segundos horas, días y años. También sabemos de periodos que se hallan por enzima del horizonte de expectativas del individuo. La historia escrita nos da cuenta de siglos y de milenios, previos a nuestro tiempo de vida. En la Astronomía se adquiere conciencia de periodos todavía mayores cuando se discute sobre la edad de la tierra y del universo. Nuestro mundo de experiencias sólo conoce la temporalidad, que señala todo aquello que tiene un principio y un final, que todo está sujeto a los límites que impone el tiempo. Esto llama especialmente la atención en la naturaleza viva. Los pastos y las flores del campo brotan, crecen florecen y se marchitan. Isaías hace una comparación con esto: "Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor de campo. "Sécase la hierba, caese la flor: mas la palabra de Dios nuestro permanece para siempre"(Isaías 40: 6-8).
El Antiguo y el Nuevo Testamento dan testimonio de que la temporalidad está inserta en la eternidad: es una dimensión que como hombres, no podemos abarcar con la razón. De vez en cuando se la utiliza como denominación de una localidad, así en Libro de la Sabidurías leemos acerca de la virtud:
"...hay que anhelarla y resplandecer en la corona eterna y conservar la victoria de la honesta lucha"
(Sabiduría 4:2). A esto equivale lo que es de uso en la lengua cuando se habla de los muertos. y se dice que han pasado a la eternidad". Eterno: este término en todo su sentido sólo se refiere a Dios. Él es por toda la eternidad, está por encima del transcurso del tiempo, es superior al principio y al fin, al cambio permanente, a lo que sube y baja. "Todo lo que hace el que vive eternamente, es perfecto" (Sirach 18:1). Por lo tanto Él, el Dios Trino, no tiene principio. Es una vida eterna desde siempre, de la cual ha nacido todo lo que es creación visible e invisible. A este hecho también se refiere la carácterización de "Yo el primero, yo también el postrero" (comparar con Isaías 48: 12-13; Apocalipsis 1:17).
Cuando la palabra "eterno" se aplica a lo creado o realizado surge otro contenido que se expresa en la formulación bíblica "...desde ahora y para siempre" (comparar por ejemplo con Isaías 59:21). Esto quiere decir que si bien lo referido tiene un principio, no tiene final. Este concepto de eternidad se aplica cuando hablamos de la vida eterna del hombre. Cada persona tiene su principio, que Dios, el Creador ha determinado para cada individuo. En este sentido citamos la referencia de Jeremías 1:5 en este mismo concepto: "Antes que te formases en el vientre te conocí".
El hombre a imagen de Dios,
destinado a la vida eterna
Dios hizo al hombre, varón y mujer, a su imagen (Génesis 1:26-27); los creó "... para vida eterna" (comparar con Sabiduría 2:23). A cada persona que nace le es otorgado un cierto periodo para vivir en la tierra. La vida humana en el cuerpo es finita, es transitoria. Inclusive si un hombre llega a ser muy anciano, su vida aquí en la tierra resulta demasiado corta en relación con la eternidad: "Si vive mucho tiempo, vive cien años. Como una gotita de agua en comparación con la arena junto al mar, tan pocos son sus años en comparación con la eternidad" (Sirach 18:8; comparar también con Salmo 90:10). En los Salmos, el hecho inevitable de la transitoriedad del hombre suele ser un repetido objeto de lamentación de los profetas. Esto se debe, entre otros factores, a que la esperanza de vida en el más allá, después de la muerte, solo estaba en la conciencia con poca claridad. Para ilustrar lo dicho podemos citar Salmo 39: 5-7, que dice: "He aquí diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti: ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive. Ciertamente en tinieblas anda el hombre; ciertamente en vano se inquieta: junta y no sabe quien lo allegará". El salmista pregunta con resignación: "Y ahora, Señor ¿qué esperaré? A pesar de ello se expresa la esperanza que excede la muerte en frase siguiente: "Mi esperanza en ti está". Una esperanza de vida eterna recién llegó a la conciencia del hombre a través de Jesucristo.
Jesucristo, la vida eterna
Acerca de Jesucristo, el Apóstol Juan escribe: "Este es el verdadero Dios, y la vida eterna"
(1 Juan 5:20). De Pablo leemos: "...mas la dávida de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro." (Romanos 6:23). Queda claro que:
Jesús es la vida eterna en persona.
Él es la dávida (don de Dios para el hombre.
A través de Él, el hombre tiene parte de la vida eterna.
La vida eterna en Cristo significa más que solo continuar viviendo después de la muerte, como se pensaba en la antigüedad. La vida eterna significa estar en comunión perfecta con Dios. Esto es donado al hombre en Jesucristo y sólo puede ser recibido en la fe. Es parte de la vida en la gloria, posible por la muerte y resurrección de Cristo.
Jesús dijo a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquél que vive y cree en mi, no morirá eternamente. ¿Crees esto? (Juan 11:25-26). En ello está la clave para la vida eterna: en la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios.
Veamos algunas declaraciones que Jesús hizo sobre la vida eterna. En una conversación con la mujer samaritana en la fuente de Jacob, Jesús hablaba de una agua que él daría; una vez que el hombre recibiera esta agua dentro de él se transformaría en una fuente y brotaría en la vida eterna (comparar con Juan 4:14). En la imagen del agua vemos la doctrina de Jesús, su evangelio. El evangelio trae la vida eterna a quien la entiende en la fe: "El que cree en mi, tiene vida eterna" (Juan 6:47). Esta vida eterna no comenzará recién en el futuro, sino que ya ahora ya es posesión de quienes tienen comunión con Cristo a través de la fe. Esta fe se orienta en que Jesucristo es el Hijo de Dios. "Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él tenga vida eterna..." (Juan 6:40; comparar también con Juan 3:36): reconocer a Jesús como el Salvador enviado por el Padre: este reconocimiento de Dios es vida eterna (comparar con Juan 17:3). Todo lo que forma parte de este reconocimiento y de esta fe es descrito en los evangelios y en las epístolas de los Apóstoles y se despliega en el anuncio de la palabra divina acorde a la época.
Siempre que el Hijo de Dios hablaba sobre la vida eterna, con ello producía choques con muchos judíos. Su expresión : "El que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre", chocaba con un total rechazo. Abraham y los profetas habían muerto y ahora ahí estaba Él, ¡que se paraba por encima de los testigos en la fe del antiguo tiempo, a quienes se honraba! Inclusive aseguraba que: "Antes que Abraham fuese, yo soy" (Juan 8:51-59).
Poco antes, ya el discurso de Jesús sobre la vida eterna había generado un clima de intranquilidad. En la sinagoga de Capernaún había hablado sobre los padres de Israel, que si bien habían sido alimentados con maná en el desierto, al final igual debieron morir.
El Hijo de Dios se caracterizó a sí mismo como el pan que había venido del cielo, y agregó: "...si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre". Según Él, su carne era el pan que dará por la vida del mundo. Se produjo una pelea y cuando el Señor atinó a agregar: "Si no comiereis la carne la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna. {...} Este es el pan que descendió del cielo. No como vuestros padres comieron del maná, y son muertos. El que come de este pan, vivirá eternamente", estas expresiones desembocaron en que muchos de sus discípulos se apartaran de Él, justamente aquellos que no creían.
Cuando después preguntó a los doce que quedaron, si también se irían, Pedro reconoció: " Señor, ¿a quien iremos? tu tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y conocemos que tu eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente" (Juan 6:28-69).
Al introducir la Santa Cena se develó claramente que había querido decir el Señor con las palabras que habían sido tan dificiles de comprender; quien coma la carne de Cristo en el pan que fue separado, tendrá la vida eterna. Cuando se celebra la Santa Cena para recordar a Cristo, se anuncia su muerte y se reconoce: ¡Él volverá! (comparar con Corintios 11:26)).
Los Apóstoles de Jesús transmitieron este mensaje después de su resurrección. Todo lo que el Señor enseñó sirve para señalarles el camino a los hombres que cayeron en el pecado, camino éste que los lleva a Dios, y, por, consiguiente, a la vida eterna, A través de su sacrificio, Jesús liberó el camino hacia el Padre en el cielo.
Seguir viviendo después de la muerte
Inseparable a la cuestión sobre la vida eterna también se vincula la pregunta sobre que pasará con la vida del alma y del espíritu después de la muerte del cuerpo, las opiniones. Los israelitas creyentes estaban convencidos de que Dios vive eternamente. Pero en lo que atañe a que el individuo siga viviendo después de la muerte del cuerpo, las opiniones estaban divididas. El mensaje del Nuevo Testamento es inequívoco: la vida continua después de la muerte. La aparición de Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración (comparar con Lucas 9:28-31), las palabras de Jesús sobre el hombre rico y el pobre Lázaro (comparar con Lúcas 16:19-31)., la prédica de Jesús dirigida a los que habían sido desobedientes en los tiempos de Noé (comparar con 1 Pedro 3:19-20) son testimonios de ello. De estos ejemplos se desprende que se conserva la personalidad y se puede discernir, participar en la vida con los que están en la tierra, ser consciente del propio estado y arrepentirse.
Después de perecer el cuerpo, el alma y el espíritu pasan al mundo del más allá. Dicho en forma figurada, allí ocupan una "vivienda" adecuada a su estado y convicción.
A diferencia de la continuación de la vida en este sentido, que en esencia forma parte del alma y del espíritu, la vida eterna es esencia misma de la santidad, de la comunión futura y eterna con Dios hacia la cual se orienta nuestra fe. Esta vida eterna recién se manifestara cuando Cristo regrese, lleve a los suyos con él y estos vean la gloria de Cristo (comparar con Juan 17:24). Ahora ya, los que han muerto en Cristo están protejidos en el amor de Dios; todavía no están en comunión directa con Dios, sino que se preparan para la venida de Cristo.
¡Creo en la vida eterna!
Igual que todos los cristianos, en el tercer artículo de nuestra confesión de fe damos testimonio de que creemos en la vida eterna. El hombre que debido al pecado ha caído en la muerte (en realidad de manera ineludible), podrá tener esta vida por la fe en Cristo. Así como el pecado trajo la muerte, a través de Jesucristo "así por justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida" (Romanos 5:18), así como la paga del pecado es la muerte, la dávida de Dios es "vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23). En Él apareció la vida "eterna, la cual estaba con el Padre". Así lo anunciaban los Apóstoles de la antigüedad, y también lo anuncian hoy (comparar 1 Juan 1: 2-3). En la comunión con ellos ya tenemos hoy una parte de la vida eterna, por tomar los Sacramentos y por aceptar la palabra de Dios. En el tercer capítulo de su primera epístola, el Apóstol Juan se dirigía a los hijos de Dios, diciéndoles que en ese momento debían estar contentos por el amor del Padre en el cielo y que podían estar seguros de su infancia divina. A ellos escribió lo siguiente: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios: por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a él. Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es" (1 Juan 3:1-2). Entonces, en nosotros se habrá cumplido la promesa de Jesús que dice: "Vosotros me veréis, porque yo vivo, y vosotros también viviréis" (comparar con Juan 14:19).
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Con el entendimiento, el hombre no puede comprender la dimensión de la eternidad, porque su mundo de experiencia es la temporalidad. |