¡Dios llama para creer en Él, llama a la comunión con Él y llama para servirle! La historia de salvación es un llamado de amor divino único. Todos los que alguna vez fueron invitados a su altar por los mensajeros y mensajeras de Dios están convocados; ellos recibieron una invitación divina. Pero el Todopoderoso también tiene otros caminos para convocar a los hombres, ya sea por sueños, visiones o destino. Muchos han sido convocados, pero no todos siguen el llamado y dejan anclado su llamamiento o vocación. Al contrario, rechazan la elección plena de gracia. Pero quien afirma su llamamiento, aceptando y siguiendo la palabra de Dios como generadora de fe, recibirá el Espíritu Santo, y lo hará en el camino que el Señor ha ordenado. Como expresa el Apóstol Pablo en la epístola a los Romanos, el amor a Dios ha sido derramado en nuestros corazones al recibir el Espíritu Santo. Y este amor divino capacita para reconocer que a los que han sido llamados y responden al amor de Dios, todas las cosas les ayudan a bien.
Con ello nos referimos al mundo de la fe, que conducirá a la maduración del alma para el día de la venida de Cristo.
Las cargas, las pruebas y también lo permitido, por ejemplo en forma de enfermedades, nos ha sido dado para bien. Para poder reconocer esto, se requiere amor a Dios y a su Obra, de lo contrario podríamos amargarnos y perder la confianza en la conducción divina. Pero donde hay amor al Señor existe la confianza, permaneceremos fieles, quedaremos en el seguimiento y alcanzaremos la meta. Y también puede reconocerse lo que produce bienaventuranza, fortalece y consuela en la Obra de Dios; pensad en que la palabra y la gracia del Servicio Divino, el recibir los Sacramentos y la paz del Resucitado, nos sirven para bien.
El profeta Jeremías anunció el mensaje de Dios: "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis". El futuro en el que tenemos esperanza, el final que esperamos, es la comunión eterna con Dios y su Hijo. Entonces Dios borrará toda lágrima y "ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor".
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