¡"Si amas al buen Jesús!"
de corazón con ternura,
vivirás siempre en la "luz"
y no verás sombra oscura.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Afirmar la fe

     En nuestros días, es decir el tiempo previo a la prometida segunda venida de Cristo, el descreimiento va en aumento y la superstición en muchos casos suplanta al mensaje divino; las tentaciones son cada vez más grandes y la duda crece. Acerca de esto y no sin motivo, el Señor Jesús preguntó: "Empero cuando el Hijo del hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra?" Por eso es tan importante afirmar la fe constantemente. En el camino hacia la meta, cada día que transcurre requiere sustancia y fuerza de fe.
     La fe ya fue puesta a prueba al comienzo de la historia de la humanidad. La duda sobre la palabra de Dios desencadenó el primer pecado. Cuando los primeros hombres aceptaron que la serpiente les dijera: "¿Con que Dios os ha dicho...?", la duda comenzó a carcomerlos hasta que violaron el mandamiento divino, comiendo del árbol de la ciencia del bien y del mal. Podemos imaginar que el diablo los habrá instigado a comer el fruto prohibido más de una vez, hasta lograr su propósito. Esta táctica la utiliza también hoy: un poco de enojo acá, un poco de desconfianza allá y ya está instalada la inseguridad y la duda. ¡Por eso la fe tiene que ser afirmada constantemente!
    La primera duda dio lugar a una reacción en cadena. Dios echó a Adán y a Eva del Edén;
desde entonces el ser humano tiene que ganar el pan con el sudor de su frente y parir sus hijos con dolor. Cuando Caín vio que Dios miraba con agrado sobre Abel y su ofrenda, pero no sobre él y su dádiva, sintió envidia y mató a su hermano. Por primera vez la muerte, como el resultado del pecado, se enseñoreó de los hombres. A la envidia y el fratricidio, siguió otro pecado: la mentira. Al preguntar Dios por Abel, respondió Caín: "No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano?"
  No subestimemos el peligro de la duda! Enfrentémoslo con una fe viviente y firme.Cuando notemos un atisbo de duda; rechacemoslo en sus comienzos y aferrémonos a la palabra de Dios aún con más firmeza. De esta manera adquiriremos las fuerzas para vencer las tentaciones. Si, como muchas veces dijera el Apóstol Mayor Walter Schmidt, el temor de Dios es el guardián en la puerta de nuestro corazón, entonces la duda, la superstición y el descreimiento no podrán entrar en él", Cuidaremos así, la riqueza maravillosa adquirida en la casa de Dios, su palabra será sagrada para nosotros, el altar estará a salvo, no será tocado por opiniones y pareceres humanos y reconoceremos en los portadores de ministerio, a los mensajeros de Dios que nos fueron dados para bendición y alegría.
    Por la palabra y la gracia recibimos siempre las fuerzas para persevar en la fe y rechazar las tentaciones. ¡Aprovechemos los Servicios Divinos como el ofrecimiento más valioso para afirmar  la fe, participar del perdón de los pecados y tener comunión con el Señor en la Santa Cena!

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