El deseo de todos los pueblos y de cada individuo es ser libre de toda situación forzada y de sometimiento. Esto es compresible, ya que ¿quién quiere vivir en la servidumbre? Moverse con libertad es un elevado valor de la existencia humana. Se han realizado guerras, se han hecho enormes sacrificios y más de una vida se ofrendó en aras de la libertad. Aunque la libertad terrenal sea un bien deseable, empalidece en comparación con la libertad espiritual, hasta perder su importancia.
Más de una persona que se considera libre, en realidad está sujeta a uno u otro espíritu, opinión e ideología. Solo a quien libere el Hijo de Dios, será verdaderamente libre. ¿Cómo sucede esto? Jesucristo dio la respuesta: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará": Es indiscutible que la verdad divina se manifiesta en la palabra del Señor, obrada por el Espíritu Santo en el altar.
Quien se deje conducir a esta verdad, aceptando la palabra y poniéndola por obra, realmente será libre: libre a través de la palabra, redimido y justificado por gracia. A través de su sacrificio en la cruz, el Hijo de Dios creó las posibilidades para que así fuera. Si mantenemos sublimes y santas la palabra y la gracia, y la tomamos de todo corazón, seremos libertados. Todos los espíritus deberán respetar esta libertad.
También podremos ser libres a través de la fe. Dios contó por justicia la fe de Noé y Abraham. Y en la justicia divina hay libertad. Los hijos de Dios también pueden ser libres al vencer. Qué bien se siente el alma cuando hemos vencido y dejado atrás lo malo. Paz interior única y alegría silenciosa colman el corazón; somos independientes de todos los espíritus porque hemos vencido. Pensemos en el futuro, en la venida del Señor, cuando la comunidad nupcial sea llevada a casa: nos espera la libertad eterna en la gloria, junto a Dios y a su Hijo. No nos dejemos someter por lo terrenal; muchas veces las dependencias nos rondan sigilosamente. Rechacemoslas, tomando la palabra y la gracia, fortaleciendo la fe y venciendo lo que no es divino. Permitamos que el Hijo nos libere. Él pagó para liberarnos del derecho del maligno y nos conduce a la gloria.
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