La pregunta del profeta Isaías:
¿Quién ha creído en nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo del Señor?
es tan actual como en la antigüedad. En aquél tiempo eran pocos los que creían en el anuncio de Dios, al igual que cuando se presentó aquél que realizó el sacrificio, al cual se refirió Isaías en el capítulo 53. Y medido en la totalidad de la humanidad, también es una pequeña cantidad la que cree en los enviados de Dios, que anuncian el evangelio en nuestro tiempo. Por lo tanto estas preguntas también son aplicables al presente: ¿quién cree en la prédica de los Apóstoles de Jesús y a quién se ha manifestado el brazo del Señor? Es indudable que el brazo del Señor, ocasionalmente también se manifiesta en quienes no pertenecen a la Obra de Dios, que tienen poca fe o incluso, en quienes imaginan cosas equivocadas, porque -según lo manifiesto el Apóstol Pablo-, el Señor << no se dejó a sí mismo sin testimonio>>. Pero en la potencia redentora y en la conducción hacia la meta -la prometida segunda venida de Jesús-, el brazo del Señor solo se manifiesta en aquellos que creen firmemente en su palabra y obran conforme a ella.Tres cosas son prioritarias para poder creer: primero, una cierta medida de conocimiento. Por ejemplo, ¿cómo puede creer quien nada sabe sobre el plan divino de redención, que ni imagina qué significa para la humanidad pecadora la muerte en sacrificio de Jesús? En segundo lugar, es necesaria la convicción de corazón. El solo hecho de conocer los propósitos de Dios no es suficiente, tiene que sumársele la convicción de que Jesús murió para redimir la humanidad, que fundamenta su Iglesia sobre la roca en el apostolado, y que quiere venir para llevar consigo a los suyos. Y en tercer lugar, es imprescindible tener confianza en el eterno Dios. Él nos atrajo en su infinito amor antes de haber nacido; constantemente nos brinda su gracia y su ayuda, nos lleva a la vida y a la bienaventuranza eterna.
La fe tiene que ser preservada, alimentada y cuidada. Ya los Apóstoles del tiempo de Jesús pidieron al Señor;¡Aumentanos la fe!; ¿Cómo tiene lugar esto? El Apóstol Pablo dijo que la fe proviene de la palabra de Dios. Por lo tanto tenemos que aceptar la palabra activada por el Espíritu Santo en el altar, permitir que surta efecto en nosotros y obrar conforme a ella. También una entrañable vida de oración aumenta a su vez la fe, cada vez que nuestro Padre celestial atiende nuestros ruegos y nos dona vivencias de fe. Si tenemos fe, tienen que manifestarse las respectivas obras, dado que una fe sin obras, sin la influencia en el hombre interior, es muerta. ¡Una fe renovadamente fortalecida tiene efectos! Así es posible permanecer en el fiel seguimiento. Más de uno cierto día se quedó detenido o
¿Es pensable algo así, con una fe infantil fortalecida? ¿Cómo podríamos ser infieles si amamos al Señor y su Obra, si tenemos una fe viviente? ¡Es imposible! Por otra parte, una fe fuerte se muestra en la disposición a la ofrenda, también en la ofrenda de tiempo. ¡Dios dio el tiempo! lo utilizamos para ir al Servicio Divino o para colaborar en la Obra del Señor? A partir de la fe, también estamos dispuestos a ofrendar nuestro corazón al Señor con alegría, a ofrendar por agradecimiento, a ofrendar el propio yo. El hecho de tener una fe en crecimiento está demostrado en la humildad, en la paciencia, y ante todo en la alegría.
Aceptando la palabra divina con alegría hemos sido hechos hijos del Altísimo, a partir del renacimiento por agua y Espíritu. Con fe seguimos a los enviados de Jesús hacia el encuentro del día del Señor, en el cual nuestra fe se transformará en contemplación.
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