En aquel domingo de "fiesta". Se realizó un Servicio Divino de Confirmación.
A la multiplicada alegría que de cada niño provenía, se sumó la presencia de un Apóstol del Señor para realizar dicho acto.
En lo anecdótico cabe simplemente destacar, que hacía muchos años que un portador de tan elevado ministerio no presidía este acto de bendición en nuestro distrito, y todo preparado por el amado Dios, comenzaba esto a cobrar un sentido especial, ya que aún el Padre Celestial nos tenía preparada una emocionante sorpresa. Andrea es una niña de 14 años de edad, que a causa de una enfermedad que la madre contrajo durante su gestación, llegó a este mundo con una "capacidad diferente". Para quien no la conoce, ella pasa inadvertida por su carácter sereno y por ser absolutamente dependiente de su madre, quien llena de amor. la trae en brazos a la comunidad, ya que el tamaño de su físico corresponde al de un niño muy pequeño.
Es justamente de su madre de donde proviene el ejemplo de amor y responsabilidad que titula este escrito. Ella es una fiel hija de Dios desde hace más de 30 años. Las circunstancias vividas no hicieron mella en su fe. Tanto es así, que de la misma forma que llevó a su hija al altar, para que una vez fuese bautizada, también de su mano la niña recorrió todos los niveles de enseñanza en la casa de Dios, recibiendo siempre una atención diferenciada, pero repleta de afecto en el sentir de Cristo.
Para cualquier desprevenido, o para quien no conoce su historia, habrá llamado poderosamente la atención el hecho de ver entre los confirmandos a una mamá con una niña en brazos.
Andrea en esta oportunidad nos lleno a todos de emoción y sorpresa, porque no paraba de hablar, reir y cantar, lo cual durante los Servicios Divinos, no es habitual en ella.
En su rostro vimos reflejada la felicidad de su alma; no tenia otra forma de poder manifestar su emoción.
Sus hojos curiosos brillaban y no perdían detalle; miraba a todos sus hermanos y hermanas en la fe, disfrutando el momento con contagiosa alegría.
Al poner su mano en la cabeza de esta niña durante el acto de bendición de la Confirmación, el Apóstol expresó entre otras cosas, palabras despertadas por el Espíritu, que hicieron una síntesis exacta de lo que estaba ocurriendo:" La bendición de Dios va más allá del razonamiento humano..."
A la multiplicada alegría que de cada niño provenía, se sumó la presencia de un Apóstol del Señor para realizar dicho acto.
En lo anecdótico cabe simplemente destacar, que hacía muchos años que un portador de tan elevado ministerio no presidía este acto de bendición en nuestro distrito, y todo preparado por el amado Dios, comenzaba esto a cobrar un sentido especial, ya que aún el Padre Celestial nos tenía preparada una emocionante sorpresa. Andrea es una niña de 14 años de edad, que a causa de una enfermedad que la madre contrajo durante su gestación, llegó a este mundo con una "capacidad diferente". Para quien no la conoce, ella pasa inadvertida por su carácter sereno y por ser absolutamente dependiente de su madre, quien llena de amor. la trae en brazos a la comunidad, ya que el tamaño de su físico corresponde al de un niño muy pequeño.
Es justamente de su madre de donde proviene el ejemplo de amor y responsabilidad que titula este escrito. Ella es una fiel hija de Dios desde hace más de 30 años. Las circunstancias vividas no hicieron mella en su fe. Tanto es así, que de la misma forma que llevó a su hija al altar, para que una vez fuese bautizada, también de su mano la niña recorrió todos los niveles de enseñanza en la casa de Dios, recibiendo siempre una atención diferenciada, pero repleta de afecto en el sentir de Cristo.
Para cualquier desprevenido, o para quien no conoce su historia, habrá llamado poderosamente la atención el hecho de ver entre los confirmandos a una mamá con una niña en brazos.
Andrea en esta oportunidad nos lleno a todos de emoción y sorpresa, porque no paraba de hablar, reir y cantar, lo cual durante los Servicios Divinos, no es habitual en ella.
En su rostro vimos reflejada la felicidad de su alma; no tenia otra forma de poder manifestar su emoción.
Sus hojos curiosos brillaban y no perdían detalle; miraba a todos sus hermanos y hermanas en la fe, disfrutando el momento con contagiosa alegría.
Al poner su mano en la cabeza de esta niña durante el acto de bendición de la Confirmación, el Apóstol expresó entre otras cosas, palabras despertadas por el Espíritu, que hicieron una síntesis exacta de lo que estaba ocurriendo:" La bendición de Dios va más allá del razonamiento humano..."
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