¡"Si amas al buen Jesús!"
de corazón con ternura,
vivirás siempre en la "luz"
y no verás sombra oscura.

sábado, 18 de febrero de 2012

Todo Dios y todo hombre

       Jesucristo es hombre y es Dios al mismo tiempo. La doctrina de las dos naturalezas de Jesucristo forma parte de las convicciones básicas del cristianismo y tiene su firme fundamento en el Nuevo Testamento. Esto solo puede concebirse en la fe.

     Jesucristo fue realmente un hombre. Algunas personas estuvieron en contacto con Él, y lo informaron. Él es el  "Verbo de vida", que se podía ver y palpar. Esto lo testifica la primera epístola de Juan: " Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida... lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos" (1 Juan 1:1-3).
  
                               Como hombre entre los hombres
      Los informes sobre Jesús como verdadero hombre ocupan mucho espacio en los Evangelios. Demuestran que compartió con los hombres todo el espectro de las sensaciones físicas y psíquicas. Esto ya empieza con el hecho de que su vida material- al igual que la de todos los demás seres humanos- comienza con el nacimiento. Aunque las circunstancias que condujeron al mismo tienen su origen en Dios: en la concepción virginal de María, Dios se muestra una vez mas como el Creador plenamente libre de toda realidad. En los informes sobre su actividad pública Jesús aparece como hombre entre los hombres: se alegró con los felices en las bodas de Caná. Lloró cuando Lázaro había muerto. Tuvo hambre cuando estaba en el desierto y tuvo sed cuando llegó a la fuente de Jacob. En el huerto de Getsemaní se sintió solo y tuvo miedo del padecimiento que tenia por delante. Padeció también el dolor bajo los azotes de los soldados.
   Un hombre con sentimientos como cualquier otro, pero con una diferencia decisiva. La epístola a los Hebreos, hacia el final del cuarto capítulo, lo deja en claro: Jesús no tiene pecado.
 
                                Nacido como Hijo de Dios
    "En el principio era el verbo, y el verbo era con Dios, y el verbo era Dios": así describe el comienzo del Evangelio de Juan a la divinidad de Jesucristo. "Y aquél Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14). El Verbo eterno (en griego "Logos"), uno con Dios, se hace hombre, y lo hace como Hijo unigénito de Dios.
   Quienes acompañaron a Jesús, experimentaron su obrar en sus milagros y señales. Y en el Monte de la Transfiguración, finalmente se reveló su esencia divina. En la gloria de aquende del Hijo se puede experimentar ya ahora la gloria de allende, del Padre.
   La encarnación del Hijo de Dios esta descripta en la epístola a los filipenses como una humillación de sí mismo. el Hijo renuncia a su sublimidad y lleva en forma extrema las cargas de la humanidad. El motivo de ello está explicado en la epístola a los Hebreos: la encarnación de Dios es necesaria para vencer a la muerte y al mal.

                                  Acabadamente divino
      El Nuevo testamento testifica reiteradamente que Jesucristo es el hijo de Dios. Por ejemplo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia", se escucho una voz desde el cielo en su Bautismo en el Jordán (Mt. 3:17).
"nadie viene al Padre, sino por mi", dice Jesús de sí (Jn. 14:6).
también sobre su divinidad el Nuevo Testamento no deja lugar a dudas: "Yo y el Padre uno somos" (Jn. 10:30).
 Señor mio, y Dios mio!" confiesa el Apóstol Tomás al resucitado (Jn. 20:28).  "En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" refiere el himno cristológico sobre la verdadera presencia de Dios en el hombre Jesús (Col. 2:9). Y la primera epístola a Juan dice en el anteúltimo versículo sobre Jesús: "Este es el verdadero Dios, y la vida eterna".

                                   Dos naturalezas
     Estos y muchos otros testimonios del Nuevo Testamento constituyen la base de la doctrina de las dos naturalezas de Jesucristo. Con el término "naturaleza" debe entenderse en este contexto la esencia o bien la sustancia de una persona o un objeto.
   Según esta doctrina, Jesucristo es tanto verdadero hombre como verdadero Dios. La mayoría de las Iglesias cristianas reconocen este principio como valedero. El dogma trasciende el horizonte de la experiencia y la imaginación humana. Sólo puede ser aceptado con fe.
La doctrina de las dos naturalezas fue el punto  central del concilio de Calcedonia (451). La asamblea quería renovar y afirmar la fe de los precusores, como estaba formulada en los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381). Se trató ante todo la doctrina de la Trinidad de Dios. Además se tomó en Calcedonia una decisión sobre la larga disputa teológica de la naturaleza de Cristo.

                                    Una persona
    La así llamada "formula de Calcedonia" deja en claro que Jesús es totalmente ambos: tanto hombre como también Dios. " Consustancial  al Padre según la divinidad y consustancial a nosotros según la humanidad". No es un semidiós, como lo conoce la mitología griega. Pues ambas naturalezas no pueden confundirse entre sí, ni separar una de otra. La dualidad de Dios y hombre pertenece en forma indefectible a la única persona Cristo.
   Esta así denominada "unidad de la persona" perdurará también después de la Resurrección y después de la Ascensión. Existen muchas indicaciones bíblicas: Esteban vio al Hijo del Hombre a la diestra de Dios (comparar con Hch. 7:55). En la primera epístola a Timoteo habla de un "mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Ti. 2:5).
  La unidad de la persona también muestra el retorno de Cristo: "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hch. 1:11). Esto  también resuena al final del Apocalipsis en la nostalgia de la comunidad nupcial: "Amén; sí ven Señor Jesús".

Resumen
 Jesús es ambos en una persona: Dios perfecto y hombre perfecto.
El Nuevo Testamento testifica sobre ambas naturalezas,
 así como acerca de su inalterable unidad.
 
Mi Jesús y buen Pastor: no tardes en recibirme:
Hasta la hora de irme, hazme digno de tu amor.
Tú eres el Redentor, el del amor verdadero, el sublime Hacedor.
Aceptame pues Señor: ¡"en las Bodas del Cordero"!
Venga cercana la siega, que yo con anhelo espero.
Tú eres el Alfa y la Omega: ¡"El último, y el primero"!

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