¡"Si amas al buen Jesús!"
de corazón con ternura,
vivirás siempre en la "luz"
y no verás sombra oscura.

sábado, 12 de noviembre de 2011

La reconciliación

En este artículo nos ocuparemos de la reconciliación que fue producto del sacrificio de Cristo.
Enunciaremos que el pecado es la razón por la cual quedó dañada la relación entre Dios y los hombres,
y por ende entre Dios y la Creación. Mostraremos a Jesucristo como la reconciliación.
Después analizaremos lo necesario para que los individuos tengan parte de la reconciliación y las consecuencias que debe acarrear sobre su conducta.

              ¿Por qué la reconciliación con Dios?
  En el ámbito de las relaciones entre las personas, es habitual comprender que la reconciliación es poner en orden otra vez una relación dañada. La reconciliación se hace necesaria después de una ruptura, del encarecimiento de una relación o de que la consonancia reinante entre las partes se transforme en disonancia.
Los esfuerzos por reconciliarse apuntan a restaurar en forma duradera un estado de situación que al principio no tenia fisuras.
  El anhelo de reconciliarse con Dios sólo puede estar presente en quien sea consciente de que la relación del hombre con Dios está empañada o dañada. El hombre es pecador y el pecado es expresión de la enemistad y del rebelarse contra Dios. Como todos los hombres son pecadores (comparar con Romanos 3:23)también necesitan reconciliarse con Dios para eliminar la separación existente.
  Este reconocimiento se expresa claramente en el Antiguo Testamento. Toda la Creación fue muy buena (comparar con Genesis 1:31). Las engañosas palabras de la serpiente tentaron a Eva y a Adán a desobedecer el mandamiento de Dios: así fue que el pecado se apoderó del género humano. Cada vez había más tentación; muy pronto se produjo un fratricidio (comparar con Génesis 4:3-16). El pecado se apoderó del pensamiento y obrar humanos y terminó  en el juicio divino del diluvio (Genesis 6: 6-7).
   Noé vivió en medio de una humanidad pecaminosa. Él encontró gracia ante Dios, creía en Él y le obedecía (Génesis 6:8-22); Hebreos 11:7). Sucedió que Noé y su familia fueron salvados del diluvio. Entre los descendientes de Noé estaban Abraham, Isaac, y Jacob, los patriarcas del pueblo de Israel que obedecen a Dios por la fe divina. Dios entregó una ley al pueblo, y para hacerlo se valió de Moisés como intermediario.A partir de entonces, el pueblo supo lo que Él permite y lo que tenía prohibido. Por consiguiente la voluntad de Dios fue anunciada a su pueblo pero quedó demostrado que nadie podía cumplir cabalmente  toda la ley! Por lo cual se fue abriendo camino el reconocimiento de que el hombre no era capaz de llevar por si mismo una vida sin pecado. Dios instauró un servicio de holocausto en la ley mosaica. Mediante determinadas ofrendas, los sacerdotes lograban que Dios tapara u ocultara los pecados. Dios tomaba la sangre de los animales ofrecidos en el holocausto como arrepentimiento por los pecados de los hombres. Pero una reconciliación completa en el sentido de quitar los pecados, no era posible en el antiguo pacto (comparar con Hebreos 10:4-11). La grieta la brecha entre Dios y los hombres pasó a ser insalvable para el pecador.
   Pero esta brecha no solo existía entre Dios y los hombres, sino que el pecado abarcaba toda la Creación. Por el pecado, todo el mundo se hallaba en un estado de perdición, de alejamiento de Dios (comparar con Romanos 8:19-22). Esto queda demostrado en la rivalidad existente en entre los hombres proveniente a su vez de la enemistad con Dios El diablo, el príncipe de este mundo, obra entre los hombres y tienta a cometer pecados (comparar con Efesios 2: 1-3). La consecuencia del pecado es, en definitiva, la muerte, la separación de Dios. 

              Jesucristo es la reconciliación         
Aunque el mundo se mostrara ante Dios en enemistad y que los hombres inmersos en el pecado tuvieran una actitud contraria a Dios, éste logró la reconciliación por puro amor y misericordia (comparar con Efesios 2:4-5). El amor que Dios siente por el mundo y el género humano marcó el derrotero que condujo a la paz, lejos de la rivalidad. Este amor se manifestó enviando Dios a su Hijo al mundo: "En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (I Juan 4: 9-10).
Por lo tanto, la reconciliación tiene su origen en el amor de Dios. Sucedió entonces que el Hijo de Dios nació como hombre en el seno del pueblo elegido de Israel, al que Dios había concedido cierta proximidad por la manifestación de su voluntad y la instauración del servicio de ofrendas. Jesús vivió en Israel, enseñó allí y realizó muchos milagros. Pero la enemistad preexistente que sienten los hombres  contra Dios se hizo visible y palpable en Cristo. Al respecto, el Apóstol Pedro dijo: "Jesús Nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros en maravillas y prodigios y señales, que Dios hizo por él en medio de vosotros, como también vosotros sabéis. A éste entregado por determinado consejo y providencia de Dios, prendisteis y matasteis `[aclaración: los judíos] por manos de los inicuos, crucificandolo" (Los Hechos 2:22-23).
  Con su muerte en la cruz, Jesús se sacrificó a sí mismo por los pecadores. La culpa con la que carga la humanidad fue compensada con la muerte en la cruz (comparar con Colosenses 2:14). Este sacrificio único es expresión del hecho de que Dios ha reconciliado a los hombres con ellos mismos. El Apóstol Juan destaca el carácter único del sacrificio de Jesús y personificó la reconciliación con el Hijo de Dios: Jesucristo es la  "propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (I Juan 2:2).
De manera que la reconciliación propiciada por Cristo atañe a toda la Creación. La paz con Dios se hizo posible otra vez. En última instancia, lo que esto significa se sustrae a nuestro entendimiento. El Apóstol Pablo escribió al respecto: "Por cuanto agradó al padre... y por él [= Cristo] reconcilió todas las cosas a sí, pacificando por la sangre de su cruz, así lo que está en la tierra como lo que está en los cielos" (Colosenses 1: 19-20). Por ende, esto excede el horizonte de experiencias humanas. Dado que con  el sacrificio de Cristo se quebró el poder del pecado, la enemistad con Dios pudo devenir en paz con Él. Ahora bien, ¿cómo puede un individuo tomar parte de reconciliación, como llega a la paz con Dios? ¡A través de la fe! En la epístola a los Romanos, el Apóstol Pablo expuso esta verdad fundamental: por la fe en Jesucristo, los hombres tenemos acceso a la gracia. Provistos del don del Espíritu Santo, reconciliados por el poder del Santo Bautismo con agua que remite el pecado y el perdón del pecado que se nos pronuncia, fortalecido por la participación continua del cuerpo y de la sangre de Jesús en la Santa Cena,estaremos cerca de Dios. Ya no somos enemigos, sino que hemos sido reconciliados por la muerte del Hijo de Dios. Vinculado a ello está la esperanza de que alcancemos la gloria futura que Dios dará, y la esperanza firme de que seremos bienaventurados por el Resucitado, es decir salvos. Nunca pudimos habernos ganado todo esto, sino que es un regalo de Dios que "por medio de nuestro Señor Jesucristo...hemos ahora recibido la reconciliación" (comparar con Romanos 5:1-11).

              El ministerio que predica la reconciliación
En sus prédicas, los Apóstoles de Jesús difundieron el mensaje de la reconciliación por medio del sacrificio de Cristo. Igual que el Hijo había sido enviado al mundo por el Padre, para lograr la reconciliación, Jesús envió a sus Apóstoles al mundo (Juan 17:18) a predicar el alegre mensaje: ¡Dios logró que es el mundo se reconcilie, ahora hay perdón de los pecados! A ellos Jesús dió el poder de remitir los pecados y para retenerlos (comparar Juan 20:23). Este era el antiguo encargo de los Apóstoles y sigue siendo el encargo de los mensajeros de Cristo hoy. Así como la reconciliación debió partir de Dios, también el servicio de reconciliación puede partir unicamente de Él. Este Servicio se ejecuta a través de los Apóstoles de Jesús. Pablo describe lo siguiente: "...Dios. el cual nos reconcilió así por Cristo; y nos dió el ministerio de la reconciliación. Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no imputandole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación. Así que somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: ¡reconciliaos con Dios!" (2  Corintios 5:18-20). Con toda humildad, para el Apóstol queda establecido que ¡Dios advierte a quienes le han sido confiados! El Apóstol pide en lugar de Cristo a la comunidad que se deje reconciliar. Depende de los creyentes aceptar al embajador y a su prédica en la fe y, por consiguiente, alcanzar la reconciliación con Dios.

                Reconciliacion en la comunidad
La reconciliación traída por Jesús se deberá mostrar a lo largo de la vida del creyente. Él también tiene la obligación de estar dispuesto a reconciliarse. Podemos derivar esto de las palabras de Jesús: "Por tanto, si trajeres tu presente al altar, y allí te acordares de que tu hermano tiene algo contra ti. Deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve primero en amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente" (Mateo 5:23-24). Con lo cual, el Hijo de Dios se dirige al judío creyente que quería ofrecer en holocausto por medio del sacerdote uno de los presentes (animales o frutos del campo) que establece la ley.
De La época de los primeros cristianos sabemos que en las comunidades algunos tomaban partido y se creaban grupos enfrentados. Los cristianos provenientes del pueblo judío actualmente tenían roces con los gentiles. Entre ambos a veces se producía enemistad. El Apóstol Pablo explico a los efesios, que por el sacrificio de Cristo, esta enemistad se había eliminado y que debía reinar la paz. Ambos judíos y gentiles, habían sido reconciliados con Dios en un mismo cuerpo del que murió en la cruz y a ambos se les concedía la entrada a Dios, el Padre, por el mismo Espíritu Santo (comparar con Efesios 2:11-18).
  Del estado de reconciliación con Dios resulta el derecho de cada individuo a conducirse de manera que se corporice la esencia de Cristo: "Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención. Toda amargura, y enojo, e irá a voces, y maledicencia sea quitada de vosotros, y toda malicia. Antes sed los unos con los otros benignos, misericordiosos, perdonandoos los unos a los otros, como también Dios os perdonó en Cristo" (Efesios 4:30-32).
Estas palabras también se aplican hoy a los sellados. Las peleas en el círculo de los hermanos, las disputas prolongadas entre los hermanos en la fe, las calumnias y otras conductas similares denotan una falta de disposición a tomar con seriedad la reconciliación traída por Cristo y a vivir en consecuencia.

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