¡"Si amas al buen Jesús!"
de corazón con ternura,
vivirás siempre en la "luz"
y no verás sombra oscura.

martes, 25 de enero de 2011

¿Qué sostiene tu corazón?



      Vivimos en una época de muchas ofertas, también en ámbitos espirituales.
Un fenómeno de este tiempo es que muchos ya no sufren hambre de la palabra de Dios.
Con ello no sólo nos referimos a quienes están fuera de la Obra de Dios, sino, lamentablemente, también a algunos de las filas de los hijos de Dios. Ocasionalmente podemos comprobar que para uno u otro, el altar ya no es el lugar más importante entre el cielo y la tierra, ya no es más el lugar de la reconcialiación con Dios, el punto de intersección del encuentro con nuestros amados del mundo espiritual, el lugar en el cual fluye la palabra de vida y se transmiten nuevas fuerzas.
     Si bien todavía se asiste a los Servicios Divinos, en los tales el corazón está repleto de otras cosas y ya no queda espacio para la palabra de Dios.
 Ya no penetra a lo profundo, no tiene más efecto, sino que se derrama y escurre por fuera como un envase que está lleno de agua hasta el borde. Y cuando la palabra de Dios deja de incorporarse, no se puede reconocer cómo Él activa, obra y actúa; nuestras "alas se paralizan". Por eso debemos ocuparnos que nuestro corazón permanezca receptivo para la palabra de Dios.
    Antes de cada Servicio Divino, disfrutemos de algunos instantes de calma para lograr
recogimiento interior y encontrar la paz en medio del desasosiego cotidiano.
No lo lograremos si apenas unos momentos antes del Oficio todavía leemos el diario, nos concentramos en un libro o miramos un programa de televisión y después nos dirigimos como un rayo a la Iglesia, creyendo que en este estado podremos incorporar la palabra de Dios. Para ello también se necesita introspección.
     En el Apocalipsis se dice a la comunidad de Laodicea: "Porque tú dices: Yo soy rico,
y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad". El corazón está colmado y todo lo que se agrega, desborda!, la palabra de Dios ya no puede ser incorporada y queda sin efecto. De ahí la advertencia:"...y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo",
    En la Antigüedad, Laodicea era una ciudad comercial floreciente con muchos bancos, oftalmólogos famosos y comerciantes de telas. Sin lugar a dudas, el oro las telas, la medicina estaban justificadas, ya que las personas tenían que ganar su sustento,vestirse y curarse. Pero el corazón no sólo tenía que estar repleto, de lo terrenal, sino que debía dejar espacio al ofrecimiento divino. Por eso, el señor habló: "Por tanto, yo te aconsejo
que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte... y unge tus ojos con colirio,para que veas".
    No está prohibido tener bienes y propiedades terrenales: la pobreza no nos hace bienaventurados y la riqueza no nos condena. Pero para el alma es altamente nocivo y deteriorante, que el corazón se sostenga de ello. Por eso seamos cuidadosos con lo que satisface nuestra alma. Hagamos un lugar para la palabra y la gracia divina. ¡Entonces, realmente, seremos ricos!