¡"Si amas al buen Jesús!"
de corazón con ternura,
vivirás siempre en la "luz"
y no verás sombra oscura.

martes, 31 de mayo de 2011

La muerte produce consternación y duelo


    La asistencia a los deudos requiere enorme comprensión

La muerte de las personas amadas, sean éstas los padres. el esposo, un hijo
o un amigo, deja consternación y duelo. La participación en los sentimientos
 y la ayuda que podamos brindar a los deudos pueden menguar su dolor.
 Por eso, el grupo de trabajo Medicina, creado por el Apóstol Mayor,
 no solo elaboro consignas para tratar a los enfermos terminales y en agonía,
sino que también se ocupó del problema de la asistencia que habrá que
 brindar a los deudos.
   Es común, que en el trato con los deudos sintamos temor de decir algo impropio o de abrir heridas que ya habían cerrado.
 A partir de este temor, en principio parece difícil encontrar palabras adecuadas para enfrentar las reacciones propias del estado de duelo. Sin embargo, hiere mucho más pasar de largo frente a los que sufren sin pronunciar palabra, que elegir frases aparentemente "Equivocadas" para dirigirse a ellos. Lo decisivo es transmitirles  con amor los sentimientos, sensibilizarse con su dolor y querer ayudar de la mejor manera posible.
   En este contexto debemos mostrar comprensión ante reacciones poco habituales, inclusive ofensivas, que en algunos casos se podrían exteriorizar recién semanas después. Estas reacciones pueden deberse a autoreproches o sentimientos de culpa de los familiares en relación con el fallecido, que en el marco de aceptación de la problemática podrían transferirse transitoriamente a terceros. También es posible que los familiares se encierren en sí mismos, aislándose completamente como una forma de expresar su pena.
   En cada uno de estos casos hay que resaltar en su medida justa, el cuidado prestado por los familiares al enfermo y moribundo, no tomando esto como amor sobreentendido al prójimo y obligación cristiana. Los familiares sufren bajo la idea de que solo la muerte de la persona que está a su cuidado, los relevará de su obligación de atenderla, sabiendo que por otra parte, el fallecido también significa la perdida definitiva, de ser abandonados y quedarse solos.

      ¡Acercarse al afligido!
  No debe esperarse que la persona afligida busque ayuda entre los allegados de su entorno. Como por lo general siente su tristeza como una fuerte carga, no la quiere trasladar a otros. A pesar de esta tendencia a encerrarse en sí mismo u ocasionalmente, al aislamiento, el afligido espera con ansía, que lo llamen por teléfono, lo visiten o le hablen. Si esto no ocurre, el dolor que siente por el duelo se reforzará aun más; la tristeza se seguirá incrementando. Por lo tanto, la iniciativa debe partir de alguien comprensivo que pueda prestar ayuda, que venciendo el temor de acercarse, habrá de mantener una relación participativa con la persona sumida en el dolor.

        ¡Aceptar al afligido en su dolor!
     El sentimiento de duelo debe ser aceptado y admitido incondicionalmente. Esto se aplica tanto al afligido mismo como a su entorno, en particular a los asistentes espirituales que se ocupan de acompañarlo. Los intentos de desviarle la atención y los consejos resultan poco útiles y al final, implican exigirle demasiado, ocasionando más bien, que la tristeza y el dolor se agudizen. La verdadera ayuda, en el sentido de la asistencia necesaria en el duelo para fielmente poder resignarse ante la pérdida, es posibilitar al afligido hablar abiertamente sobre lo acaecido. Considerandolo superficialmente, tal vez pareciera en pricipio que estas conversaciones podrían volver a abrir heridas del alma, pero en realidad sirven para que recordando al fallecido se transmita consuelo y, por fuerza de nuestra fe, la esperanza viviente de un reencuentro en la gloria.
  Para el deudo, el dolor por la pérdida del ser querido realmente recién comienza, cuando las personas del entorno ya la han aceptado e, incluso, olvidado. Por lo tanto la participación y la disposición a ayudar ceden, justamente, cuando la persona que está de duelo más necesita ser ayudada y espera que la ayuda prometida en un comienzo se haga efectiva. La asistencia espiritual continua, individual y de duración suficiente, es absolutamente necesaria. Por ende, la atención del que lleva luto no puede restringirse solamente a visitas o llamados esporádicos en el tiempo inmediato posterior al fallecimiento y al sepelio del ser querido.